viernes, 28 de mayo de 2010

Bicentenario


mi corazón echó raíces celestes-blancas
que se hunden en la tierra fértil
en la quebrada
en el llanto de la quena
del hermano del norte
cabeza baja
brazos cansados
en la zafra y en la mina
lloran las cascadas
es roja la tierra que mamó la sangre derramada
la savia del oprimido

surcan la pampa
los fantasmas de pies descalzos
ecos de galopes al viento
el grito del malón
el estruendo de los fusiles

más al sur
truena el glaciar
en los lagos de cristal
escoltados por árboles milenarios
testigos mudos del arriero
en su camino contra el viento helado

la cruz del sur
bendice
con su faro perdido
en el confín del mundo

doscientos años no alcanzan
la promesa inicial aún reposa tras un velo
tal vez mañana
con las manos unidas

tal vez
mañana

miércoles, 19 de mayo de 2010

El cuadro


Los jueves a la misma hora. Llegaba a la galería y se dirigía con paso firme y decidido hasta la tercera sala. Allí permanecía horas sentado ante el mismo cuadro. Su vista fija en el árbol, cuyas ramas le parecían estar formadas por puntillas. Allí se conectaba con un personaje monstruoso escondido detrás del tronco. El personaje le transmitía una sensación de tristeza. Le recordaba los dibujos de los antiguos libros de cuentos alemanes, donde se mostraban los castigos sangrientos a los que eran sometidos los niños malos.

Ese jueves permaneció poco tiempo en contemplación. Luego se dirigió hacia el servicio de seguridad de la galería. Les pidió que solamente dejaran que el cuadro fuera observado por gente de alma pura y piadosa. De otra manera, el personaje no se animaría a mostrarse.
Los guardias lo escucharon con atención. El hombre se explayaba sobre la importancia de que el personaje misterioso, escondido detrás del árbol, abandonara su soledad y se pudiera mostrar ante un corazón que aceptara su fealdad. Entre asombrados y temerosos, todos asintieron. Le consultaron sobre la forma de lograr que dicho personaje se pudiera asomar para mostrarse, y eventualmente salir definitivamente del cuadro.

El hombre quedó pensativo por un momento. Caminó de un lado al otro de la sala. Se rascó la cabeza, se quitó los zapatos y comenzó a saltar los baldosones en una especie de rayuela.
De pronto se detuvo, se sentó en el suelo y se colocó los zapatos en los pies equivocados.
Hizo varios intentos hasta que se pudo poner de pie. Los miró a todos con los ojos vidriosos. En un llanto apagado, les dijo que ya no era necesario, porque el personaje no había soportado la soledad y acababa de ahorcarse con las puntillas del árbol. Bajó la cabeza y se fue arrastrando los pies.

Se produjo un silencio mientras miraban cómo bajaba las escaleras y cruzaba la calle entre el tráfico en movimiento. En un accionar cómplice, todos los presentes fueron a observar el cuadro. Algunos dijeron haber visto el cuerpo enredado entre las puntillas. Otros se alejaron callados.

Al limpiar la tercera sala, el ordenanza barrió algo que parecía un trozo de rama, pero que al levantarlo era un pedazo de puntilla.

sábado, 15 de mayo de 2010

Guerra



El paisaje es agreste. El suelo arena. El entorno inhóspito. Hay cientos de pies descalzos y ojos desafiantes.
Se oyen ecos de metralla. En algún lugar, cualquier hombre o mujer, quizás un niño vengará tanta sangre derramada sobre la arena ardiente.
El soldado guía el vehículo entre la gente que parece ignorarlo. Ríe y conversa con sus compañeros mientras ellos observan minuciosamente los alrededores. Las armas están preparadas y listas para responder el ataque.
Una multitud entorpece el camino. Dan la voz de alerta. Ordenan acelerar. La gente se corre abruptamente. Queda un niño en medio de la calle. El conductor no mira y acelera. Sienten el golpe. Los compañeros le dicen que siga, que debió ser un perro. Le pasan un cigarrillo encendido y un trago de alcohol. La mente lo niega, pero las lágrimas humedecen el rostro del conductor y el corazón le salta enloquecido.
El camión sigue su recorrido.
Un sol rojo preanuncia el anochecer.
Atrás quedó un pequeño cuerpo inerte y un llanto de mujer embarazada.

domingo, 9 de mayo de 2010

Ivonne


Ivonne es alta y ágil. Los pies demasiado grandes. Melena rubia y ondulada.
Rasgos angulosos. Ojos azules acostumbrados a otros cielos. Vestido rojo provocativo. Medias de seda.
Camina con ritmo, taconeando. Vicios de la profesión. El cuerpo armonioso sigue el compás de las caderas.
Al doblar la esquina, sus labios pintados esbozan una sonrisa. Allí está el viejo que todas las mañanas espera verla pasar; las dos solteronas que esconden su curiosidad detrás de las cortinas, seguramente se están persignando. Saluda a la vecina que a esa hora ya está barriendo la vereda.
Entra en el zaguán cantando bajito un tango. Abre la puerta de su pieza y tira los zapatos en un rincón. Se desviste lentamente. Mira su imagen en el espejo y acaricia su piel demasiado blanca pero ya no tan joven ni tan suave.
Se tira en la cama y cierra los ojos. Vuelve a canturrear saboreando la letra de ese tango que tanto le gusta . Después de unos minutos se incorpora y enciende un cigarrillo. Se recuesta nuevamente, cruza las piernas y coloca un brazo bajo su cabeza.
Es su mejor momento del día. Fumar en silencio aspirando con placer. Desnuda en la solitaria oscuridad de su pieza.

sábado, 8 de mayo de 2010

Meditación infantil


La semana que viene empiezo el cole. Dicen que tercero es el más bravo. Todavía no sé si me voy a portar como el año pasado. Fui un boludo al creer lo que algunos decían de Papá Noel y de la carta para que me trajera regalos. Yo sabía que no era de verdad, pero por las dudas … Y si llega a ser de verdad, lo más seguro es que solamente se preocupe por los chicos ricos. Y tanto que me costó no pelear en los recreos, aguantarme que me dijeran mariquita, hacer de secretario y borrar los pizarrones, hacer todas esas cuentas. Y para qué, para nada. Y eso que la seño me ayudó con la carta para que estuviera sin errores. La hice tres veces. La última quedó limpita y bien bonita. Estaba clarito que le pedía una bici y una pleisteiyon. ¡Viejo gordo de mierda ! me trajo una pelota de plástico y unas medias.
Este año lo voy a esperar despierto y le voy a dar de hondazos a él y a esos renos boludos.
Y bueno, al que le trajeron todo lo que pidió fue al Matías ese. Me mostró los regalos ese día que pasé por su casa para buscar a mamá. Me acuerdo que en cuanto me vió me dijo “esa ropa que tenés era mía”. Tenía unas ganas de darle unos trompis. Me las aguanté para que mamá tuviera el trabajo y yo la ropa, porque dentro de poco la va a usar el Ramón que salió grandote. Me acuerdo que el padre era grandote y chupaba como esponja. Suerte que se fue en cuanto nació el Ramón. Mamá no lo extrañó mucho, más bien la noté contenta.
Me parece que el que se está viniendo por la casa muy seguido es el Chino y se está haciendo el querendón. Espero que no me haga otro hermano del que me tenga que ocupar.
Mejor me dejo de boludear y me lo voy a buscar al Ramón antes que se ponga oscuro y vuelva mamá. Hoy es jueves y seguro nos trae algo rico para comer.

lunes, 3 de mayo de 2010

Decepciones


Rosa no necesitaba el despertador para saber que eran las 4:30.Todavía no aclaraba. Retiró la manta que la cubría. Apoyó los pies desnudos en el piso rústico, mientras se pasaba el vestido por la cabeza. El agua fría sobre la cara le despejó el sueño. Tanteó en la penumbra la vieja pava de loza y encendió la hornalla. Dos mates y un trozo de pan eran su desayuno antes de partir hacia la fábrica. Al mirar la cama donde José aún dormía suspiró resignada y salió cerrando suavemente la puerta.
Cuando José abrió los ojos eran las 11:30. Se desperezó con un fuerte bostezo y maldijo su suerte. Era un lindo día de sol, pero aún no estaba demasiado caluroso. Saldría con el carro a recorrer la avenida recogiendo cartones y cualquier cosa que pudiera venderse. Por suerte la casilla estaba bien ubicada; Recoleta no estaba lejos y allí los vecinos tiraban cosas sin importarles el valor, tan sólo por el hecho de haberse aburrido de verlas o porque habían pasado de moda. Se había levantado de muy mal humor. Tomaría unos mates y saldría a buscar a la Mica.
Mica traía suerte. Era rubiona, de unos trece años, simpática y le caía bien a todo el mundo. Era hija de José. Su madre había dejado la villa en compañía de un sanjuanino que se la llevó para sus tierras. Mica prefirió quedarse a vivir con su abuela. Todavía estaba en la primaria nocturna pero tenía pensado seguir estudiando. En unos años podría emplearse en alguna casa. Mientras tanto, ganaba algunos pesos vendiendo flores, stickers y libritos en los trenes o acompañando a su padre con el carro. Mica se asomó a la ventana y automáticamente sus ojitos buscaron a Fabio que a esa hora acostumbraba a salir. Al verlo su pulso se aceleró.
Fabio tendría unos veinte años. Estaba sentado en la puerta y ya de lejos se adivinaba que llevaba unos cuantos tragos encima y algo más. Cuando José pasó empujando el carro, Fabio comenzó a rebuznar. Por respuesta recibió las puteadas de José. Fabio sonrió con malicia y se dijo que al viejo se le acabarían esos aires en cuanto viera la 32 que le estaban por conseguir. Subió la mirada y vió a la Mica asomada en la ventana. La sonrisa maliciosa volvió a su boca. Mica también era una buena presa para vengarse del viejo. De pronto sintió un escalofrío al oir la sirena de un patrullero que se acercaba.
El oficial Rodriguez se la tenía jurada a Fabio desde el momento en que durante un apriete en la comisaría casi se le escapó lo de las cajas. El oficial no le iba a permitir una segunda oportunidad. Fabio reconoció el patrullero. Se levantó de un salto y quiso correr. Pero tenía mucho alcohol encima. El corazón parecía saltarle del cuerpo mientras trataba de escabullirse por los pasillos de la villa. Se oyeron tres detonaciones y Fabio cayó boca abajo. Mica se arrodilló a su lado mientras gritaba por ayuda. Fabio balbuceaba algo. Mica lloraba desesperada. Acercó su oído a los labios de Fabio. Seguro le diría que la amaba. Pero no hubo palabras.