miércoles, 28 de diciembre de 2011

Ideas


Le ocurrió cierto día. Mientras se peinaba notó una protuberancia en el cuero cabelludo. Separó los cabellos y vio como le nacía una idea. Era linda. Se le deslizó por la camisa, el pantalón y anduvo dando vueltas por todos lados hasta que se acurrucó y se quedó dormida.
Cuando esa misma mañana Raúl llegó a la oficina, contó que tenía una idea. Lo miraron asombrados, lo felicitaron y lo siguieron mirando de reojo mientras se disponía a archivar los legajos apilados.
Durante los próximos días fueron muchas las ideas que le nacieron. Algunas buenas, otras viajaban a la luna, cinco eran azules, dos redondas, pero las que más le gustaban eran las que tenían sabor a pimienta. Su pequeño departamento había tomado vida. Raúl se sentía feliz, hasta había pensado en comprarse un traje de color claro, pero aún no sabía qué hacer con tantas ideas que continuamente salían de su cabeza.
Preocupado, lo comentó con el único compañero con el que intercambiaba una que otra palabra. De respuesta obtuvo como consejo que eligiera aquellas ideas más fáciles de realizar y las procesara. Raúl no entendió bien, pero no se atrevió a preguntar.
Al abrir la puerta de su departamento, tantas ideas lo confundieron de tal forma que estaba completamente mareado. Supuso que se habían procreado entre ellas porque además de haberse multiplicado, se habían transformado en cuadriculadamente rojas, divertidamente elásticas, aburridamente pegajosas o brillantemente simpáticas.
Aturdido, trató de recordar la palabra que le había sugerido su compañero. De pronto “procesarlas” vino a su mente. Como no tenía procesador, tomó la vieja licuadora. Vertió todas las ideas, puso la tapa y presionó el tercer botón. Risas, gritos, llantos, insultos salieron del artefacto hasta que devino el silencio. Apagó y desconectó la licuadora. Un líquido tornasolado ocupaba el interior. Sacó la tapa y volcó el contenido en un vaso. Un fuerte golpe en el departamento vecino lo sobresaltó. Reaccionó con un movimiento torpe y no pudo evitar que el vaso se cayera. El vidrio se partió en cientos de astillas. Ante su mirada incrédula, el líquido se escurrió mansamente buscando la rejilla. Estaba irremediablemente perdido.
Se sintió raro, vacío, solo. No quiso cenar y se tiró a dormir. Por la mañana se peinó reiteradamente frente al espejo separando por mechones los cabellos. No había nada. Se puso el saco gris, suspiró, salió cabizbajo y cerró la puerta.