sábado, 26 de febrero de 2011

Diálogo basado en "La Intrusa" de J.L.Borges


Julián ingresa a un almacén de Turdera. Pide una caña y se apoya en el mostrador. Mira a su alrededor inquisitivamente. Descubre en una mesa a un párroco bebiendo de un jarrito de lata. Se acerca. Saluda y pide permiso para compartir la mesa.
Julián – Buen día Padre, puedo acompañarlo y hacerle algunas preguntas
Padre Ignacio – Buen día hijo, por supuesto. Por aquí no llegan muchos forasteros con quien uno pueda conversar. Adelante, siéntese.
Julián – Padre, estoy de paso y el nombre Turdera, me recuerda un hecho que me fue referido hace años por un aparcero en los pagos de Morón. Desde entonces quedé tan impresionado con el relato que quisiera aprovechar la oportunidad de mi paso por este lugar para cerciorarme de su veracidad. Se trataba de dos hermanos y se dice que el menor contó la historia ante el féretro del mayor como prueba del lazo afectivo que los unía.
Padre Ignacio – Hijo, debes referirte a los hermanos Nilsen. Si, pasó hace tiempo y fue un hecho abominable y horroroso. Pero quien está a salvo de las tentaciones y debilidades del alma. Mi predecesor los conoció. Llevaban en sus venas una mezcla de sangres . Tenían buena altura y cabellos rojizos. Y también las malas conductas de esos criollos formados en la barbarie de las profesiones duras y generalmente sin ley. Se dice que fueron troperos, cuarteadores, cuatreros, tahúres. Sin embargo, mi predecesor recordaba con asombro haber visto en la casa de esa gente una Biblia de tapas negras. La casa ya no existe, era de ladrillo sin revocar, los pocos que entraron, porque no era gente de recibir, contaba que desde el zaguán se veían dos patios, uno de baldosas coloradas y otro de tierra. Se dice que eran dueños de una carreta y una yunta de bueyes. Por todo lujo tenían el caballo, el apero, la daga de hoja corta y el atuendo ostentoso de los sábados. Tenían fama de avaros, salvo cuando la bebida y el juego los volvían generosos.
Julián – ¿Y lo que se cuenta de la mujer padre?
Padre Ignacio – Hijo, temo que fue verdad aunque nunca comprobado.
Cipriano el pulpero – Aquí está su caña. Perdón pero estuve parando la oreja y con su permiso quisiera agregar lo que mi padre contaba. Todavía por aquí se recuerda a los colorados y de cómo eran de ponerle el pie adelante a uno ante cualquier afrenta. El barrio los temía. Peleaban hombro a hombro. Malquistarse con uno era contar con dos enemigos de tan unidos que eran. Pero dicen que cuando el mayor llevó la prenda al caserón, las cosas rumbearon para otro lado. Tenían sangre de pato esos criollos. Aunque eran calaveras, hasta que apareció la moza sólo tenían amoríos de zaguán o casa mala.
Padre Ignacio – La moza, que si mal no recuerdo se llamaba Juliana, al principio parecía no representar gran cosa para el hermano mayor, que fue quien se la trajo, entre otras cosas en calidad de sirvienta, pero con el pasar del tiempo él se fue aquerenciando. Se dice que la lucía en las fiestas aunque la adornaba con baratijas igual que a su caballo.
Cipriano – Disculpen, me voy a sentar. Se cuenta que no era mal parecida. Pero formar una familia domestica y los hermanos que habían compartido los peligros del malevaje, se aferraban uno al otro y no querían intrusos.
Julián – Pero escuché de otra mujer en la casa.
Cipriano – Si, una chinita que Eduardo, el menor había levantado en el camino, pero al poco tiempo la echó. Y entonces empezó a andar como bola sin manija y la cosa se puso peluda. Se achispaba solo en el almacén y no se daba con nadie. El barrio se dio cuenta antes que él de que se había aquerenciao con la Juliana, y esperaban con malicia que los hermanos se encocoraran. Pero no fue así. Una noche que Eduardo volvía del almacén, Christian le ofreció a la Juliana como si fuese una cosa.
Padre Ignacio - El sentimiento de amor no era para ellos, compadritos duros, hombres hechos para la puñalada y el trucaje ¿ cómo podían aceptar que habían caído en la debilidad del amor ? Se habrán sentido humillados , atraídos ambos por aquella mujer a quien trataban como una cosa, objeto de placer y pertenencia, y habrán presentido que esa mujer se convertiría en la intrusa que los separaría.
Cipriano – Fue entonces cuando rumiaron el asunto y se sacaron el lazo. La llevaron a Morón y allí la vendieron a un prostíbulo y se repartieron la plata de la venta. Pero fue al cohete porque los dos la siguieron frecuentando. Así que volvieron a comprarla por unas monedas y la llevaron de nuevo al viejo caserón.
Padre Ignacio - La solución había fallado, los hermanos por primera vez se habían trampeado. La presencia de Juliana ponía en peligro el sentimiento de hermanos.
Cipriano – Cualquier tema era para discusión entre ellos, sobre todo porque dicen que Juliana mostraba preferencia por Eduardo, el menor. Hasta que un fin de marzo, la Juliana desapareció y luego los hermanos vendieron la casa y dejaron el pueblo.
Julián – Según lo que había contado el hermano menor esa noche en Morón, el mayor esperó a que Eduardo llegara del almacén. Mientras uncía los bueyes, Christian le pidió que lo acompañara a dejar unos cueros. Cuando orillaron un pajonal, Cristian confesó que la había matado. Y la tiraron nomás en el monte, a campo abierto para que se la comieran los caranchos.
Padre Ignacio – De haber sido así, sabrá Dios dónde fueron a parar esos pobres huesos. De un cadáver arrojado a merced de los caranchos, las alimañas y la ruda intemperie, no habrá quedado nada en poco tiempo. Pienso qué atrocidades habrán vivido los hermanos en sus primeros años para llegar a ese extremo. Tal vez la Biblia de tapas negras haya sido lo único que lograron salvar de algún ataque de la indiada. Habrán sobrevivido tal vez, por el gran amor que sentía uno por el otro ya que ambos dependían mutuamente de la confianza y la armonía de sus sentimientos. Al eliminar a la intrusa, los ataría otro vínculo, el de la mujer tristemente sacrificada para la salvación de ellos mismos y la obligación de olvidarla.
Julián – Pero ¿la habrán podido olvidar?
Padre Ignacio - ¿cómo poder penetrar en dos almas corroídas ? ¿cómo saber si el remordimiento cabía en la conciencia de esos hombres? Quede el recuerdo de esos lamentables hechos como muestra de aquellos tiempos bravos: cuando la pampa se extendía interminable, salvaje; cuando las dagas predominaban la ley y todavía en el viento parecía aullar el grito del malón.
Julián – Triste historia. Bueno, muchas gracias a los dos. Seguiré mi camino
Padre Ignacio –¡ que no es poca cosa ! ¡ Ve con Dios hijo!
Julián a Cipriano - ¿cuánto es por la caña ?
Cipriano –¡ Faltaba más ! La casa invita.
Julián – Nuevamente gracias y tengan buenos días. – se levanta, les dá la mano y sale del almacén.
Cipriano – Padre, qué tal una cañita para levantar el ánimo, después de la polvareda que levantó el forastero.
Padre Ignacio – ¡ Acepto complacido ! Mira que terminar en Morón, de donde seguramente la trajeron, la vendieron, la volvieron a traer …Destino de guacha, sometida a los designios de esos tiempos. Aunque tal vez, de alguna forma se debió sentir correspondida por el hermano menor, y llegó a sentir aunque más no fuera alguna lucecita de amor, unas pobres migajas en su triste vida.
Cipriano se levanta, va hasta el mostrador y vuelve con una botella y dos vasos.
Cipriano – Aquí están las cañas.- Sirve en los vasos- ¡ Salud Padre !
Padre Ignacio - ¡ Salud Cipriano !