jueves, 16 de diciembre de 2010

Inicio


Estaba cansado. Había caminado desde temprano por extensas planicies de arena y piedra bajo un sol abrazador. Vió con alivio como la bola de fuego suspendida en lo alto iba descendiendo a medida que perdía su calor.
Sabía que pronto llegaría el atardecer transformando con tenues colores todo a su alrededor. Pero aún tenía que seguir caminando hasta encontrar el líquido fresco que tanto necesitaba. Sólo había podido devorar algunos insectos atrapados con esfuerzo.
Estaba solo. Era preferible sentir la presencia amenazadora de rugidos, estampidas o chillidos antes que ese silencio… ese vacío.
Siguió avanzado. Advirtió que lentamente la aridez daba paso a un suelo más grato. Sintió sobre la piel la caricia de suaves brizas. El entorno se tornaba cada vez más verde, altos árboles se podían ver en el horizonte. Un sonido familiar lo hizo apresurarse. Allí ante sus ojos corría un pequeño curso de agua. Se avalanzó torpemente y bebió hasta saciarse. De pronto, un olor extraño llenó sus sentidos, ¿qué era eso? Ningún animal que conociera. Se sintió extraño. El olor lo invadía y lo turbaba. ¿de dónde venía? Miró alrededor y lo vió. Era algo parecido a ese otro ser que veía en el fondo de los espejos de agua, ese ser esquivo que se escondía siempre que él se apartaba de la orilla.
Notó que lo miraba extrañado, un poco asustado. Pero ese olor que lo invitaba a acercarse ¿qué era?
La noche se acercaba pintando el cielo de púrpuras y violetas. Los pájaros regresaban a sus nidos y el coro de insectos comenzaba su canto.
Persiguió por un tiempo a ese extraño ser que cada vez permitía que él se le acercara más y más. Pronto estuvo a su lado, se olfatearon. Le hubiera gustado decir :

-¿Es a usted a quien busco?
Y hubiera querido oir:
- Sí, estuve mucho tiempo esperándolo

pero no era necesario, miraron los miles de puntos brillantes colgados del hermoso manto negro tendido en el cielo y caminaron bajo la claridad de una luna nueva.
Presintió entonces que ya no necesitaría de las manadas para no sentirse solo. De algún modo encontraría la manera de comunicarse con ese nuevo ser, por el momento algunos movimientos y sonidos guturales serían suficientes, pero tal vez algún día podría decirle:

-Vamos Eva, vayamos a casa

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Recuerdos


De vez en cuando a uno le dan ganas de tocar el violín. Sube al desván, busca la caja, sopla el polvo. Allí está. Mi tesoro durmiendo sobre terciopelo rojo. Uno vuelve al ayer. A los ensayos. A los aplausos. A tus ojos verdes. Vuelve a tomar el violín. En sus brazos es como un niño que se duerme recostado en el hombro izquierdo. Pero entonces uno no puede. Mis manos tiemblan y vuelvo a dejarlo en la caja. Pero ahora la caja es un ataúd. El terciopelo rojo es sangre que cubre mis dedos, sube por mis brazos y se materializa en tus manos que te defienden y me ciñen el cuello. A uno le falta la respiración. Siente que se ahoga.
El reloj de péndulo marca las once campanadas. Suficiente para que uno vuelva a la realidad. Baja las escaleras hasta el último peldaño y allí se desploma. Entonces toma su cabeza encanecida entre las manos. Uno ya no quiere oir los aplausos, ni tu voz pidiendo perdón, ni los gritos, ni las sirenas.
Uno se levanta y arrastra los pies hacia la cocina. Abre la canilla para enjuagarse la sangre. Los caños se estremecen. Y oye los últimos sonidos que salieron de tu boca. Mi boca amada. Y la canilla se cierra. Y llora.

lunes, 22 de noviembre de 2010

Viajando a Retiro en tren


La ventanilla no cierra bien. Un vientito frío entra por la abertura. Despierta los sentidos. El andén queda vacío. Alguien corre pero llega tarde. La puteada inútil se lee en sus labios. El señalero agita la bandera verde. La calesita y la pista de los autitos vacías. El Correo. Los carteles "se alquila", "se vende". El tren que viene de Retiro saluda con su bocina. Es correspondida. Se oye la campanilla de la próxima barrera. La gente que espera. Los autos que esperan. Un niño saluda con su manito y sonríe. La sonrisa tiñe de colores la mañana gris y la rutina. La estación. Gente que sube. Rostros serios. Una mamá sube con su chiquito. Todos están distraídos o se hacen los dormidos. Una señora le ofrece el asiento. La mamá se sienta pero no agradece. Resignación. Se abre la puerta del vagón que golpea ruidosamente contra el asiento. Entra una ráfaga de frío junto con un vendedor ambulante. Comienza el desfile de ofertas. Como un eco monótono se escucha el parloteo del vendedor. Dice algo de hacer un obsequio salomónico. Los pasajeros sonríen disimuladamente. El vendedor insiste y se va alejando hasta pasar al próximo vagón. La puerta queda abierta. Otra ráfaga de viento helado. Próxima barrera. Una reunión de cartoneros en los terrenos del ferrocarril. Un barrendero espera pacientemente el paso del tren mientras acaricia el escobillón. Otra estación. Más gente que sube. Un grupo de estudiantes rompe la monotonía del vagón. Risas y gritos. El pasajero del impermeable y La Nación hace un gesto de disgusto. Nuevamente se abre la puerta que golpea contra el asiento. Ahora entra una niña ofreciendo stickers seguida por dos ex combatientes de Malvinas. Banderitas Argentinas se entregan luego de un breve discurso sobre la falta de respuesta del Estado para con los veteranos. Se dividen los interesados por los stickers y por los ex combatientes. Otra estación. Los depósitos y varios ramales de vías donde se adormecen algunos vagones sueltos. Del otro lado comienzan los terrenos tomados. Casitas precarias se van multiplicando a medida que nos acercamos a la terminal. Los arcos de Palermo. Los paseadores de perros charlando animadamente mientras los pichichos permanecen atados en los árboles. La facultad de derecho. El centro de exposiciones. Trenes de otros ramales. Nos igualan. Nos pasan. Vías que se entrecruzan. Vagones parados. Ya se visualiza la entrada a la terminal. Los más impacientes se van preparando para acercarse a las puertas. Se aminora la marcha. El tren ingresa a la terminal. Se detiene. Algunas puertas no abren. Gran decepción de los que se prepararon anticipadamente. Cientos de pies se encaminan hacia las salidas. Una fila para el control de los pasajes desespera a los impacientes. El enorme edificio central. Casi nadie aprecia su valiosa construcción. Muchos doblan a la izquierda. Bajan al subte. Algunos paran a comprar en los puestos alguna necesidad de último momento. Afuera el ruido y el olor de la gran ciudad. Llovizna. El viento hace imposible abrir los paraguas. Algún valiente no acostumbrado al cruce de ráfagas de la plaza se anima a protegerse de la llovizna y lucha por poner hacia abajo los tensores de su paraguas chino que insisten en quedar hacia arriba. El semáforo da luz verde. La marea humana cruza Av del Libertador y luego se dispersa.

lunes, 1 de noviembre de 2010

Apocalipsis


Yace desgastada
rendida
con la piel reseca
la savia fuente de ríos y manantiales
no tardará en agotarse
sin descanso la codicia
vacía sus senos
la frondosa cabellera verde alguna vez llena de vida
pronto será un recuerdo
aquí y allá surgen los blancos y grises de la muerte

no está lejos el día en que Cronos eleve su reloj de arena roto
entonces la parca dejará al descubierto sus huesos amarillos
y romperá su hoz

Será el final

domingo, 10 de octubre de 2010

Abya Yala


Ella lo sabía
desde el inicio de los tiempos
los presagios anunciaron la llegada
aún así se estremeció
era el comienzo

no pidieron permiso
pisaron sin entregar ofrendas
pueblos hermanos se enfrentaron
se traicionaron
divididos fueron esclavizados
con espadas y armaduras de metal
las fiebres los diezmaron

Ella lo sabía
venían a socavar sus senos de oro y plata
vomitó lava
lloró huracanes
se convulsionó en terremotos
pero llegaron muchos más
extendiéndose sobre una mancha de sangre
arrasando culturas milenarias
imponiendo salvación por la fuerza y la muerte

el cóndor extiende sus alas sobre la médula del continente
en las murallas de piedra reverbera el llanto de la quena
los pueblos originarios aún luchan por la recuperación de la identidad arrebatada
aunque para muchos Abya Yala ni siquiera es un recuerdo.

Inertes


Sin comienzo y sin fondo
mira hacia un lado y al otro
vacío
frío
fuente de vanidades hoy es prisionero
en un tiempo remoto fue capaz de destruir un dios
con su frialdad, su piel dorada, su cuello largo de cisne encantado
mantiene la cabeza erguida por debajo de un sombrero blanco con bordes dorados
el ojo vacío observa
atento
las sombras poco a poco los envuelven
el ojo se cierra
se oyen pasos
una mano se acerca y sin querer acaricia
un perfil
ocupa espacio en la ilusión de una imagen
la luz ilumina la escena
ya no están solos
se dibujan movimientos, gestos, colores.
La casa está viva.

sábado, 28 de agosto de 2010

Letras


Tomó el libro. Buscó la hoja señalada para seguir leyendo. Para su sorpresa la hoja tenía en blanco la mitad de todas las líneas. No recordaba que estuviera así el día anterior. Pasó rápidamente las hojas que aún no había leído. Todas estaban igual.

coronel Aureliano Buendía, o
quedó trabajando con Aureli
que habían llegado a la casa
ranta lo recordaban muy bien


No pudo seguir leyendo. Se preguntó dónde estarían las letras. Supuso que tal vez se habían caído cuando tomó el libro. Buscó por el piso mientras retomaba el camino hacia la mesa de luz. No las vió. Encendió la lámpara e iluminó debajo de la cama. No las encontró. Tal vez se habían escondido entre las rendijas de las maderas tarugadas. Tanteó con las manos. Pero no estaban. Se dio por vencida. Sentada en el piso con la espalda apoyada en el costado de la cama rodeó las rodillas con sus brazos y apoyó la cabeza.
Una brisa fresca proveniente de la ventana la sacó de su desolación. Las cortinas blancas se hinchaban con un suave vaivén. Giró la cabeza, allí estaban las letras, bailando sobre la tela translúcida. Mientras saltaban unas sobre otras formaban distintos mensajes. Ana leía en un estado de arrobamiento. Se levantó, subió a la silla ubicada frente a la ventana, trepó al alfeizar, arrancó las cortinas. Y voló.

El Túnel


Juan caminaba distraído por la avenida. Al pasar frente a la excavación que estaban realizando por la ampliación de la línea de subterráneos, se acercó para echar un vistazo.
Al asomarse para ver el fondo del pozo, las llaves con las que venía jugueteando cayeron en la enorme abertura. No había ningún operario trabajando. Juan vió que unos barrotes hacían las veces de escalera, y se decidió a bajar. A medida que descendía la luz se fue atenuando. Cuando llegó al fondo, miró hacia arriba y le pareció que la profundidad era mayor a lo que había creído.
En la oscuridad y tanteando en la tierra, encontró el manojo de llaves. Cuando quiso subir, la campera le quedó enganchada. Con dificultad se dio vuelta para liberarla, unas maderas cedieron, Juan trastabilló y se apoyó en una superficie rústica y húmeda. Lo embargó la emoción de haber descubierto uno de los túneles que se extendían por debajo de la ciudad vieja. No lo dudó. Extendió ambos brazos y siguió los costados ásperos del túnel. Cuando un desnivel casi lo hizo caer, se lamentó de no haber comprado la linterna que le habían ofrecido en el tren. De ahí en más, tomó la precaución de ir adelantando un pie y un brazo para evitar sorpresas. Aquí y allá Juan oía el eco de sus pisadas, tocaba líneas de agua que corrían por las paredes, pisaba algunos charcos, sus manos a veces se raspaban o pinchaban con alguna aspereza o se pegoteaban en sustancias viscosas.
Varias ratas pasaron junto a sus pies, un aleteo pesado le hizo pensar en murciélagos. En algunos tramos, un vaho pestilente le causaba náuseas. Cuando un cosquilleo de telarañas le rozó la cara, le resultó difícil despegarlas y le produjo un escalofrío. A pesar de que el aire se iba enrareciendo a medida que avanzaba, Juan estaba maravillado con su aventura.
Estaba calculando que había caminado unos doscientos metros, cuando una brisa refrescó su rostro. Se alegró. El final del túnel debía estar cerca. Oyó un sonido monocorde y apagado que se fue convirtiendo en voces entonando un cántico. Su mano chocó con algo de madera. Buscó los bordes y empujó en varias direcciones. Se abrió una entrada y Juan pudo ver con cierta dificultad que se encontraba ante unos viejos peldaños de piedra. La luz era muy tenue pero notó que los escalones ascendían hacia un pasadizo que terminaba en una puerta de donde provenía la luz. Se detuvo. Dudó un momento. No sería una gran experiencia si llegaba hasta esa puerta y no se atrevía a entrar. Empujó suavemente la puerta. Un temblor recorrió todo su cuerpo. Frente a él, dentro de las naves que recubrían las paredes rústicas de piedra, se amontonaban huesos y calaveras. Había encontrado una cripta antigua. Se sorprendió de que estuviera alumbrada por antorchas. Un olor agridulce hizo volver su mirada hacia un costado. En una especie de horno se veía un cadáver semi consumido por la cal que lo cubría.
Juan podía oír los latidos de su corazón que repercutían en su cabeza. Comenzó a retroceder cuando chocó contra algo. Temblando giró la cabeza. Dos monjes le cortaban el paso. Uno de ellos cerró la puerta por la que Juan había ingresado y la aseguró con gruesas cadenas y un candado. Juan se preguntó si estaba soñando. Los monjes con vestimentas oscuras, descalzos y encapuchados, le indicaron mediante ademanes, que pasara a la sala contigua. Juan los siguió como un autómata mientras trataba de convencerse de que seguramente allí le explicarían dónde se encontraba. Entró tímidamente detrás de los monjes. Cientos de velones iluminaban el lugar. En el centro, un viejo altar de madera oscura ricamente tallada, y a su izquierda, monjes encapuchados ocupaban altos sillones que, ubicados en tres niveles, simulaban una especie de tribuna. Juan notó que había tres sillones vacíos. Uno de los anfitriones lo presentó con el nombre de Gabriel. Ese no era su nombre y ni siquiera se lo habían preguntado. Los monjes descubrieron sus cabezas rapadas en señal de aceptación. Entre los rostros adustos que clavaban sus miradas inquisitivas en su endeble figura, Juan notó que las edades variaban, pero que todos los ojos eran como de hielo y los movimientos pausados parecían corresponder a una sola orden.
Los monjes volvieron a cubrir sus cabezas. Se interrumpió el silencio con el roce de las pesadas túnicas, cuando todos se pusieron de pie. Entrelazando las manos comenzaron a rezar en un tono monocorde. A pesar de su conmoción, Juan pudo comprender que estaban dando las gracias por volver a ser veinticuatro.

martes, 20 de julio de 2010

Dia del Amigo


Un abrazo
Una lágrima
La voz baja
Confidente
Confesando
Un oído que escucha
Un corazón que comprende
la mano tendida
de un amigo

martes, 13 de julio de 2010

Infortunio


Los ojos vieron el ramo de flores. Eran flores negras y sus pétalos semejaban babosas. Las babosas vomitaban decenas de bolitas negras que rodaron y cayeron con gran estrépito. Las paredes se cubrieron de una masa gelatinosa y el piso se volvió brillantemente negro.
Las manos levantaron la tapa del piano y las teclas negras saltaron al piso y comenzaron a tocar en semitonos una canción de cuna. Las teclas blancas se sonrojaron y la tapa del piano cayó desprendiendo las falanges de los dedos. Aún con la tapa cerrada se oyó una y otra vez la escala en do mayor. Las manos tantearon el piso desesperadamente. Buscaban las teclas negras mezcladas entre las bolitas que miraban como pupilas dilatadas. Rodaban por el piso de un lado a otro. Pero cómo ubicar el fa sostenido o el si bemol entre todo ese caos. Los dedos avergonzados cerraron los puños en un gesto de ira e impotencia. Si tan sólo hubiera tenido la cabeza para poder llorar.

Clarita


Conocer a Clarita con vestido floreado saco negro zoquetes blancos alpargatas negras las piernas cuelgan de la cama Clarita sola en la habitación de la clínica Clarita delgada pelo lacio hasta la cintura modales delicados Clarita extraña más al payaso que le compraron en Amsterdam que a sus otros muñecos Clarita en Paris con un tapadito azul Clarita en el baile del transatlántico vestida de seda escuchar su voz apacible regresar a su infancia y a su juventud los años pasan a través de las palabras con un velo de nostalgia los ojos buenos brillan con mirada infantil los documentos dicen que Clarita tiene setenta y cinco años.

Quinientos años


Aún son morenas las manos que sirven al blanco. Café con azúcar. Cae la taza que se parte en pedazos. La voz morena se disculpa y baja la cabeza. Café y azúcar besan la tierra. Se convierten en lágrimas que ruedan. Ruedan por las resecas planicies en busca de la tierra fértil. Ya no existe. Sólo encuentran grietas. Las lágrimas impotentes son un eterno llanto que riega la aridez estéril.

lunes, 14 de junio de 2010

La Búsqueda


Se pasa el lápiz labial y me sonríe creyendo que es una buena manera de comenzar el día.Los años han pasado demasiado rápido.

Me mira nuevamente como si no se reconociera. Adivino su deseo de ser como Alicia para adentrarse en el misterio de un nuevo pasado.

La sobresalta la voz de su marido avisándole que está listo. Vuelve a sonreírme. La conozco desde siempre. Sé que no todo fue un camino de rosas. Un día no muy lejano cayó de rodillas y dijo basta, pero no era ni el lugar, ni el momento que marcaba su destino. Entonces se puso nuevamente de pie, para reinventar sus ganas de ser feliz.

Vuelve a escuchar la voz de su marido. Con un gesto gracioso se hace un último retoque. Sale. Escucho sus pasos bajando la escalera, ríe como susurrando un sueño y al salir dice que no la esperen a cenar.

Volverá tarde. Mientras la espero me retraigo en el fondo del espejo como todos los días, hasta el momento en que entra y me busca esperando ver su rostro.

viernes, 28 de mayo de 2010

Bicentenario


mi corazón echó raíces celestes-blancas
que se hunden en la tierra fértil
en la quebrada
en el llanto de la quena
del hermano del norte
cabeza baja
brazos cansados
en la zafra y en la mina
lloran las cascadas
es roja la tierra que mamó la sangre derramada
la savia del oprimido

surcan la pampa
los fantasmas de pies descalzos
ecos de galopes al viento
el grito del malón
el estruendo de los fusiles

más al sur
truena el glaciar
en los lagos de cristal
escoltados por árboles milenarios
testigos mudos del arriero
en su camino contra el viento helado

la cruz del sur
bendice
con su faro perdido
en el confín del mundo

doscientos años no alcanzan
la promesa inicial aún reposa tras un velo
tal vez mañana
con las manos unidas

tal vez
mañana

miércoles, 19 de mayo de 2010

El cuadro


Los jueves a la misma hora. Llegaba a la galería y se dirigía con paso firme y decidido hasta la tercera sala. Allí permanecía horas sentado ante el mismo cuadro. Su vista fija en el árbol, cuyas ramas le parecían estar formadas por puntillas. Allí se conectaba con un personaje monstruoso escondido detrás del tronco. El personaje le transmitía una sensación de tristeza. Le recordaba los dibujos de los antiguos libros de cuentos alemanes, donde se mostraban los castigos sangrientos a los que eran sometidos los niños malos.

Ese jueves permaneció poco tiempo en contemplación. Luego se dirigió hacia el servicio de seguridad de la galería. Les pidió que solamente dejaran que el cuadro fuera observado por gente de alma pura y piadosa. De otra manera, el personaje no se animaría a mostrarse.
Los guardias lo escucharon con atención. El hombre se explayaba sobre la importancia de que el personaje misterioso, escondido detrás del árbol, abandonara su soledad y se pudiera mostrar ante un corazón que aceptara su fealdad. Entre asombrados y temerosos, todos asintieron. Le consultaron sobre la forma de lograr que dicho personaje se pudiera asomar para mostrarse, y eventualmente salir definitivamente del cuadro.

El hombre quedó pensativo por un momento. Caminó de un lado al otro de la sala. Se rascó la cabeza, se quitó los zapatos y comenzó a saltar los baldosones en una especie de rayuela.
De pronto se detuvo, se sentó en el suelo y se colocó los zapatos en los pies equivocados.
Hizo varios intentos hasta que se pudo poner de pie. Los miró a todos con los ojos vidriosos. En un llanto apagado, les dijo que ya no era necesario, porque el personaje no había soportado la soledad y acababa de ahorcarse con las puntillas del árbol. Bajó la cabeza y se fue arrastrando los pies.

Se produjo un silencio mientras miraban cómo bajaba las escaleras y cruzaba la calle entre el tráfico en movimiento. En un accionar cómplice, todos los presentes fueron a observar el cuadro. Algunos dijeron haber visto el cuerpo enredado entre las puntillas. Otros se alejaron callados.

Al limpiar la tercera sala, el ordenanza barrió algo que parecía un trozo de rama, pero que al levantarlo era un pedazo de puntilla.

sábado, 15 de mayo de 2010

Guerra



El paisaje es agreste. El suelo arena. El entorno inhóspito. Hay cientos de pies descalzos y ojos desafiantes.
Se oyen ecos de metralla. En algún lugar, cualquier hombre o mujer, quizás un niño vengará tanta sangre derramada sobre la arena ardiente.
El soldado guía el vehículo entre la gente que parece ignorarlo. Ríe y conversa con sus compañeros mientras ellos observan minuciosamente los alrededores. Las armas están preparadas y listas para responder el ataque.
Una multitud entorpece el camino. Dan la voz de alerta. Ordenan acelerar. La gente se corre abruptamente. Queda un niño en medio de la calle. El conductor no mira y acelera. Sienten el golpe. Los compañeros le dicen que siga, que debió ser un perro. Le pasan un cigarrillo encendido y un trago de alcohol. La mente lo niega, pero las lágrimas humedecen el rostro del conductor y el corazón le salta enloquecido.
El camión sigue su recorrido.
Un sol rojo preanuncia el anochecer.
Atrás quedó un pequeño cuerpo inerte y un llanto de mujer embarazada.

domingo, 9 de mayo de 2010

Ivonne


Ivonne es alta y ágil. Los pies demasiado grandes. Melena rubia y ondulada.
Rasgos angulosos. Ojos azules acostumbrados a otros cielos. Vestido rojo provocativo. Medias de seda.
Camina con ritmo, taconeando. Vicios de la profesión. El cuerpo armonioso sigue el compás de las caderas.
Al doblar la esquina, sus labios pintados esbozan una sonrisa. Allí está el viejo que todas las mañanas espera verla pasar; las dos solteronas que esconden su curiosidad detrás de las cortinas, seguramente se están persignando. Saluda a la vecina que a esa hora ya está barriendo la vereda.
Entra en el zaguán cantando bajito un tango. Abre la puerta de su pieza y tira los zapatos en un rincón. Se desviste lentamente. Mira su imagen en el espejo y acaricia su piel demasiado blanca pero ya no tan joven ni tan suave.
Se tira en la cama y cierra los ojos. Vuelve a canturrear saboreando la letra de ese tango que tanto le gusta . Después de unos minutos se incorpora y enciende un cigarrillo. Se recuesta nuevamente, cruza las piernas y coloca un brazo bajo su cabeza.
Es su mejor momento del día. Fumar en silencio aspirando con placer. Desnuda en la solitaria oscuridad de su pieza.

sábado, 8 de mayo de 2010

Meditación infantil


La semana que viene empiezo el cole. Dicen que tercero es el más bravo. Todavía no sé si me voy a portar como el año pasado. Fui un boludo al creer lo que algunos decían de Papá Noel y de la carta para que me trajera regalos. Yo sabía que no era de verdad, pero por las dudas … Y si llega a ser de verdad, lo más seguro es que solamente se preocupe por los chicos ricos. Y tanto que me costó no pelear en los recreos, aguantarme que me dijeran mariquita, hacer de secretario y borrar los pizarrones, hacer todas esas cuentas. Y para qué, para nada. Y eso que la seño me ayudó con la carta para que estuviera sin errores. La hice tres veces. La última quedó limpita y bien bonita. Estaba clarito que le pedía una bici y una pleisteiyon. ¡Viejo gordo de mierda ! me trajo una pelota de plástico y unas medias.
Este año lo voy a esperar despierto y le voy a dar de hondazos a él y a esos renos boludos.
Y bueno, al que le trajeron todo lo que pidió fue al Matías ese. Me mostró los regalos ese día que pasé por su casa para buscar a mamá. Me acuerdo que en cuanto me vió me dijo “esa ropa que tenés era mía”. Tenía unas ganas de darle unos trompis. Me las aguanté para que mamá tuviera el trabajo y yo la ropa, porque dentro de poco la va a usar el Ramón que salió grandote. Me acuerdo que el padre era grandote y chupaba como esponja. Suerte que se fue en cuanto nació el Ramón. Mamá no lo extrañó mucho, más bien la noté contenta.
Me parece que el que se está viniendo por la casa muy seguido es el Chino y se está haciendo el querendón. Espero que no me haga otro hermano del que me tenga que ocupar.
Mejor me dejo de boludear y me lo voy a buscar al Ramón antes que se ponga oscuro y vuelva mamá. Hoy es jueves y seguro nos trae algo rico para comer.

lunes, 3 de mayo de 2010

Decepciones


Rosa no necesitaba el despertador para saber que eran las 4:30.Todavía no aclaraba. Retiró la manta que la cubría. Apoyó los pies desnudos en el piso rústico, mientras se pasaba el vestido por la cabeza. El agua fría sobre la cara le despejó el sueño. Tanteó en la penumbra la vieja pava de loza y encendió la hornalla. Dos mates y un trozo de pan eran su desayuno antes de partir hacia la fábrica. Al mirar la cama donde José aún dormía suspiró resignada y salió cerrando suavemente la puerta.
Cuando José abrió los ojos eran las 11:30. Se desperezó con un fuerte bostezo y maldijo su suerte. Era un lindo día de sol, pero aún no estaba demasiado caluroso. Saldría con el carro a recorrer la avenida recogiendo cartones y cualquier cosa que pudiera venderse. Por suerte la casilla estaba bien ubicada; Recoleta no estaba lejos y allí los vecinos tiraban cosas sin importarles el valor, tan sólo por el hecho de haberse aburrido de verlas o porque habían pasado de moda. Se había levantado de muy mal humor. Tomaría unos mates y saldría a buscar a la Mica.
Mica traía suerte. Era rubiona, de unos trece años, simpática y le caía bien a todo el mundo. Era hija de José. Su madre había dejado la villa en compañía de un sanjuanino que se la llevó para sus tierras. Mica prefirió quedarse a vivir con su abuela. Todavía estaba en la primaria nocturna pero tenía pensado seguir estudiando. En unos años podría emplearse en alguna casa. Mientras tanto, ganaba algunos pesos vendiendo flores, stickers y libritos en los trenes o acompañando a su padre con el carro. Mica se asomó a la ventana y automáticamente sus ojitos buscaron a Fabio que a esa hora acostumbraba a salir. Al verlo su pulso se aceleró.
Fabio tendría unos veinte años. Estaba sentado en la puerta y ya de lejos se adivinaba que llevaba unos cuantos tragos encima y algo más. Cuando José pasó empujando el carro, Fabio comenzó a rebuznar. Por respuesta recibió las puteadas de José. Fabio sonrió con malicia y se dijo que al viejo se le acabarían esos aires en cuanto viera la 32 que le estaban por conseguir. Subió la mirada y vió a la Mica asomada en la ventana. La sonrisa maliciosa volvió a su boca. Mica también era una buena presa para vengarse del viejo. De pronto sintió un escalofrío al oir la sirena de un patrullero que se acercaba.
El oficial Rodriguez se la tenía jurada a Fabio desde el momento en que durante un apriete en la comisaría casi se le escapó lo de las cajas. El oficial no le iba a permitir una segunda oportunidad. Fabio reconoció el patrullero. Se levantó de un salto y quiso correr. Pero tenía mucho alcohol encima. El corazón parecía saltarle del cuerpo mientras trataba de escabullirse por los pasillos de la villa. Se oyeron tres detonaciones y Fabio cayó boca abajo. Mica se arrodilló a su lado mientras gritaba por ayuda. Fabio balbuceaba algo. Mica lloraba desesperada. Acercó su oído a los labios de Fabio. Seguro le diría que la amaba. Pero no hubo palabras.

jueves, 22 de abril de 2010

Distancias


Norte de Italia - 1887
Virginia no entendía. Su madre entró a la habitación con el rostro desencajado luego de conversar a solas con el médico que la había revisado. Tampoco comprendió la lluvia de golpes y los insultos que estaba recibiendo. Los padres le habían advertido que ese muchacho no era de su nivel social, que sólo bastaba con verlo pasar diariamente hacia la frontera de Suiza, con su ropa de albañil. En medio de gritos y llantos se enteró que una nueva vida latía en su vientre.
El padre no quiso volver a verla:“Una cualquiera”. Si permanecía con la familia perdería su nombre y en adelante sería “esa”. Virginia, su nombre sería la burla del pueblo. Decidieron que era mejor que partiera. Lo más lejos posible. En el primer barco que zarpara. Ella había elegido su destino. El casamiento fue íntimo y secreto.
Virginia conoció la angustia al divisar el barco. La invadió un sentimiento de soledad, congoja y confusión. ¿Era verdad lo que estaba viviendo o era un sueño? Solamente había tenido algunos encuentros furtivos con quien repentinamente ahora era su marido. Faltaba la parte de una vida que había planeado en medio de las risas de sus amigas. Dónde habían quedado el vestido blanco, la gran fiesta, la música, las flores. Lo que estaba viviendo no era lo que contaban las historias de romances que acostumbraba a leer. Alejada de su hogar, era la mujer de un hombre casi desconocido. Lo que inocentemente había comenzado como un idilio de novela, la llevaba a una realidad cruda y desconocida.
Buenos Aires. Olor a gente amontonada y humedad pegajosa. En la cocina y el baño compartidos con varias familias se diluyeron sus sueños. Los guardó en silencio junto con sus lágrimas y siguió viviendo. Parió cuatro veces. Para el quinto hijo estaba muy débil y cansada. Llegó a musitar la canción de cuna que le recordaba su infancia antes que la luz de sus ojos verdes se apagara.

Sureste de Italia - 1899
Giovanni corrió descalzo los quinientos metros que lo separaban del mar. Sus pies tocaron la arena húmeda y se quedó allí inmóvil. Cerró los ojos y aspiró el olor de su tierra. Sabía que no volvería. No quería llorar, no podía llorar. A sus dieciséis años debía ser fuerte. Sin el padre, su familia lo necesitaba. Una tierra lejana le prometía un futuro; un trabajo que le permitiría enviar dinero a su familia. Tal vez algún día, con esfuerzo y ahorro, podría comprarles los pasajes y volver a reunirse con su madre y sus hermanas en ese país lejano llamado Argentina.
Tercera clase . Un atado de ropa. Pocas monedas. Se estremeció al oir la sirena. Gritos, llantos, pañuelos agitándose como palomas heridas. Giovanni vió desdibujarse el “ paese” poco a poco hasta verlo convertido en una lágrima. Acongojado sintió que se había convertido en un hombre.
Lo recibió un puerto bullicioso, un hotel de inmigrantes colmado con un caleidoscopio de identidades. Después el conventillo en la calle Aráoz, el trabajo de zapatero heredado de su padre y un cambio en su nombre : Juan.
Prosperó con tesón y ahorro. A los veintitrés años decidió abandonar su soledad. Había reparado en Matilde al verla cuidando a sus hermanos menores después de fallecer la madre. Cuando Juan le habló de sus intenciones, Matilde con diecisiete años aceptó la proposición. Desde que lo conoció le tuvo cierta ternura, tal vez por los ojos tristes, quizás porque no era agraciado. Se casaron en 1906.
El segundo hijo de Juan y Matilde nació muerto. Matilde no se resignó a perder un hijo. Adoptó un huérfano que había nacido el mismo día. Si desde los quince años había criado a cuatro hermanos, bien podía criar dos hijos suyos. Tuvo nueve. El anteúltimo fue varón y lo llamaron Vicente.


Buenos Aires - 2000
Marco dobló las hojas que le había entregado su madre. Nunca había preguntado sobre su familia materna. Poco sabía de su abuelo Vicente, al que no había llegado a conocer, y casi nada de sus antecesores. Tampoco su madre había incursionado en el tema, salvo en alguna que otra ocasión para contar alguna anécdota.
En cambio, le había resultado más atractiva la historia de la familia de su padre. Ricos judíos alemanes habían llegado a Buenos Aires huyendo de la persecución nazi y se habían posicionado en una clase media alta integrándose sin inconvenientes.
A Marco lo acababan de ascender, asignándolo para controlar durante dos años, la filial de una importante empresa en el extranjero. Allí tenía algunos amigos y si todo salía bien, tenía pensado quedarse y comenzar una nueva vida que le prometía más oportunidades.
Estaba concentrado en el relato que acababa de leer, cuando oyó el anuncio del vuelo a Roma. Guardó las hojas, tomó su bolso y se dirigió a la puerta de embarque. Después de tres generaciones, él también era un inmigrante en busca de un futuro mejor.

miércoles, 21 de abril de 2010

Carta a Discepolín


Querido Enrique Santos:

Hoy más que nunca tu mundo “Cambalache” es realidad.
Los tiempos cambiaron, los códigos también. Los que peinamos canas, somos sólo fantasmas de una película en blanco y negro.

Me reflejo en ese hombre que deja morir las horas de su soledad sentado en un viejo cafetín. Ese del mirar huraño y de las manos arrugadas y temblorosas que golpean la cucharita en la tacita vacía. El que de tanto sorprenderse ante el caos reinante prefirió aislarse en sí mismo.

Desde que te fuiste en 1951 hemos pasado tantas vivencias amargas, tanta impotencia... Me pregunto qué hubieras escrito. Seguramente hubieras encontrado la forma de sangrar tu descontento en líneas eternas. Líneas eternas que hubiésemos cantado con un nudo en la garganta y los puños apretados, vomitándolas desde el fondo de nuestro ser a viva voz y a los cuatro vientos.

Querido Discepolín, yo al igual que “Uno” busqué lleno de esperanzas mi camino y me sentí identificado con los fulanos de tus letras. Vos decías que el tango es un pensamiento triste que se baila. Yo pienso que es un pensamiento triste que algunos hemos vivido.

Te recuerda,

Un fiel admirador

domingo, 18 de abril de 2010

Devastación


Le costó abrir los ojos. Oyó ruidos, como un arrastrar de cosas, como un temblor extraño. Creyó estar inmerso en una pesadilla. No lograba tomar noción de la realidad. Respiraba con dificultad. Lo invadió un olor ácido y nauseabundo. Notó que le dolía el cuerpo. Trató de incorporarse, tal vez así podría despertar. Con desesperación logró sentarse y mirar alrededor. Todo era oscuridad salvo por algunos focos de fuego que podía ver a cierta distancia. Se preguntó qué había sido de su casa. Todo era destrucción.
Alzó la vista. Temió que las espesas nubes negras que permanecían sobre su cabeza cayeran sobre él y lo ahogaran. Se incorporó y notó sus ropas quemadas, algunas adheridas a su piel sangrante. No le importó. Caminó unos pasos y subió sobre algunos escombros para ver más a la distancia. Encontró pedazos de muebles que reconoció eran suyos en un revoltijo de peldaños de escalera, elementos de cocina, una canilla, un pedazo de inodoro, la tapa de la heladera.
Había perdido el control sobre su cuerpo que convulsionaba a pesar de los esfuerzos que hacía por controlarse. Se dejó caer de rodillas y comenzó a llorar hasta que su llanto se hizo un grito desgarrador que resonó a la distancia.
Entonces volvió a sentir ese movimiento que sacudía la tierra arrasada. Notó que se acercaba más y más. Para mitigar su desesperación comenzó a rezar, temblaba y estaba perdiendo la conciencia cuando se atrevió a levantar la cabeza y mirar hacia donde provenía el tronar que retumbaba en sus sienes. Su corazón en un latir enloquecido no lo resistió. Los ojos desmesuradamente abiertos reflejaron una imagen indescriptible.

viernes, 16 de abril de 2010

Inquietudes


Santi seguía jugando con sus bloques y de tanto en tanto miraba la pantalla del televisor y se concentraba por algunos minutos en las canciones que los animalitos bailaban con ritmo.
De pronto se levantó y miró por la ventana del pequeño departamento que compartía con su mamá y preguntó:
- Mamá ¿se golpeará el sol cuando cae? Yo creo que nó, porque va bajando muy despacito y seguro que se apoya suavecito y después se apaga ¿y es cuando se apaga que se hace de noche? Sabés ma, me parece que el sol debe ser un globo que lo inflan todas las noches y entonces se enciende y va subiendo despacito y hace la mañana. Después se va cayendo, cayendo hasta apagarse. Y de vuelta lo inflan y siempre igual ¿Y quién lo inflará? Deben ser unos gigantes porque es grande ¿y por qué no lo vemos ahí abajo donde se apaga? Cuando sea grande lo voy a seguir con mi nave espacial y entonces lo voy a encontrar. Si puedo mientras lo inflan lo voy a pintar de otro color, porque así amarillo y con el cielo azul, parece que es de Boca ¡Me dá una rabia cuando la seño me hace pintar el cielo de Boca ¿porqué no hay un cielo de River o de San Lorenzo?
Mamá ¿dónde duerme el sol cuando es de noche?
- Después te cuento Santi, mirá un poquito la tele mientras termino este trabajo.
- Debería tener una casita -dijo Santi pensativo.
- ¿Una casita ?
- Sí mami, para cuando es de noche, para cuando llueve y para invitar a sus amigos a jugar y no estar solo.

Andrea detuvo sus dedos sobre el teclado. Faltaba bastante para terminar con la traducción que le habían encargado. Recordó su infancia feliz, los juegos con sus hermanos, los fines de semana en la quinta.

- Vamos a jugar mientras te cuento lo del sol – dijo Andrea mientras apagaba la máquina.
- Ma ¿vos crees que se golpea el sol cuando cae ?
- No, Santi – Andrea rió con ganas mientras besaba la carita con expresión interrogante.

Fueron hasta la cocina tomados de la mano. Una rica taza de chocolatada sería una buena excusa para utilizar las galletitas como sistema solar.

miércoles, 14 de abril de 2010

Inocencia


El tragaluz de su habitación se encuentra a nivel de la vereda. En su inocencia desconoce que por no ser igual que sus hermanos lo han abandonado a su soledad. Los ojos miran a través del enrejado. Están cansados de ver zapatos. Algún que otro perro a veces lo olfatea y a él le gusta. Se siente contento de que reparen en su existencia. La gente que pasa no mira hacia abajo. Tal vez algún niño. Y él no tiene palabras, quizás algún balbuceo que brota de su garganta inútil.
A veces le llega el aroma de alguna flor y entonces sabe que es primavera.El aroma destiñe el olor a humedad. Pero luego un vaho pestilente lo envuelve, como las sombras. Danza la luz del sol con las ramas que agita el viento. Pero él no comprende de soles ni de lunas y estrellas.
Se acerca la paloma que él ha estado esperando. Saca algunas miguitas que guarda en los bolsillos y las pasa por el enrejado. La paloma come un poco y luego se aleja picoteando por la vereda.
Le llegan voces, palabras y risas que se le mezclan en un caleidoscopio que no entiende. Su mundo son las veredas rotas, la basura amontonada, esa grieta por donde surge un hilo de agua. Y él mira con asombro ese líquido que serpentea y se aleja. Sólo intenta una sonrisa nerviosa cuando la brisa le toca la cara. Es una caricia que añora.La cabeza se le balancea. Y permanece allí, con los ojos que miran sin ver, hasta que el cansancio lo vence y se duerme. Entonces Dios le regala un sueño donde vuela entre las copas de los árboles y juega con nubes de colores.