jueves, 22 de abril de 2010

Distancias


Norte de Italia - 1887
Virginia no entendía. Su madre entró a la habitación con el rostro desencajado luego de conversar a solas con el médico que la había revisado. Tampoco comprendió la lluvia de golpes y los insultos que estaba recibiendo. Los padres le habían advertido que ese muchacho no era de su nivel social, que sólo bastaba con verlo pasar diariamente hacia la frontera de Suiza, con su ropa de albañil. En medio de gritos y llantos se enteró que una nueva vida latía en su vientre.
El padre no quiso volver a verla:“Una cualquiera”. Si permanecía con la familia perdería su nombre y en adelante sería “esa”. Virginia, su nombre sería la burla del pueblo. Decidieron que era mejor que partiera. Lo más lejos posible. En el primer barco que zarpara. Ella había elegido su destino. El casamiento fue íntimo y secreto.
Virginia conoció la angustia al divisar el barco. La invadió un sentimiento de soledad, congoja y confusión. ¿Era verdad lo que estaba viviendo o era un sueño? Solamente había tenido algunos encuentros furtivos con quien repentinamente ahora era su marido. Faltaba la parte de una vida que había planeado en medio de las risas de sus amigas. Dónde habían quedado el vestido blanco, la gran fiesta, la música, las flores. Lo que estaba viviendo no era lo que contaban las historias de romances que acostumbraba a leer. Alejada de su hogar, era la mujer de un hombre casi desconocido. Lo que inocentemente había comenzado como un idilio de novela, la llevaba a una realidad cruda y desconocida.
Buenos Aires. Olor a gente amontonada y humedad pegajosa. En la cocina y el baño compartidos con varias familias se diluyeron sus sueños. Los guardó en silencio junto con sus lágrimas y siguió viviendo. Parió cuatro veces. Para el quinto hijo estaba muy débil y cansada. Llegó a musitar la canción de cuna que le recordaba su infancia antes que la luz de sus ojos verdes se apagara.

Sureste de Italia - 1899
Giovanni corrió descalzo los quinientos metros que lo separaban del mar. Sus pies tocaron la arena húmeda y se quedó allí inmóvil. Cerró los ojos y aspiró el olor de su tierra. Sabía que no volvería. No quería llorar, no podía llorar. A sus dieciséis años debía ser fuerte. Sin el padre, su familia lo necesitaba. Una tierra lejana le prometía un futuro; un trabajo que le permitiría enviar dinero a su familia. Tal vez algún día, con esfuerzo y ahorro, podría comprarles los pasajes y volver a reunirse con su madre y sus hermanas en ese país lejano llamado Argentina.
Tercera clase . Un atado de ropa. Pocas monedas. Se estremeció al oir la sirena. Gritos, llantos, pañuelos agitándose como palomas heridas. Giovanni vió desdibujarse el “ paese” poco a poco hasta verlo convertido en una lágrima. Acongojado sintió que se había convertido en un hombre.
Lo recibió un puerto bullicioso, un hotel de inmigrantes colmado con un caleidoscopio de identidades. Después el conventillo en la calle Aráoz, el trabajo de zapatero heredado de su padre y un cambio en su nombre : Juan.
Prosperó con tesón y ahorro. A los veintitrés años decidió abandonar su soledad. Había reparado en Matilde al verla cuidando a sus hermanos menores después de fallecer la madre. Cuando Juan le habló de sus intenciones, Matilde con diecisiete años aceptó la proposición. Desde que lo conoció le tuvo cierta ternura, tal vez por los ojos tristes, quizás porque no era agraciado. Se casaron en 1906.
El segundo hijo de Juan y Matilde nació muerto. Matilde no se resignó a perder un hijo. Adoptó un huérfano que había nacido el mismo día. Si desde los quince años había criado a cuatro hermanos, bien podía criar dos hijos suyos. Tuvo nueve. El anteúltimo fue varón y lo llamaron Vicente.


Buenos Aires - 2000
Marco dobló las hojas que le había entregado su madre. Nunca había preguntado sobre su familia materna. Poco sabía de su abuelo Vicente, al que no había llegado a conocer, y casi nada de sus antecesores. Tampoco su madre había incursionado en el tema, salvo en alguna que otra ocasión para contar alguna anécdota.
En cambio, le había resultado más atractiva la historia de la familia de su padre. Ricos judíos alemanes habían llegado a Buenos Aires huyendo de la persecución nazi y se habían posicionado en una clase media alta integrándose sin inconvenientes.
A Marco lo acababan de ascender, asignándolo para controlar durante dos años, la filial de una importante empresa en el extranjero. Allí tenía algunos amigos y si todo salía bien, tenía pensado quedarse y comenzar una nueva vida que le prometía más oportunidades.
Estaba concentrado en el relato que acababa de leer, cuando oyó el anuncio del vuelo a Roma. Guardó las hojas, tomó su bolso y se dirigió a la puerta de embarque. Después de tres generaciones, él también era un inmigrante en busca de un futuro mejor.

miércoles, 21 de abril de 2010

Carta a Discepolín


Querido Enrique Santos:

Hoy más que nunca tu mundo “Cambalache” es realidad.
Los tiempos cambiaron, los códigos también. Los que peinamos canas, somos sólo fantasmas de una película en blanco y negro.

Me reflejo en ese hombre que deja morir las horas de su soledad sentado en un viejo cafetín. Ese del mirar huraño y de las manos arrugadas y temblorosas que golpean la cucharita en la tacita vacía. El que de tanto sorprenderse ante el caos reinante prefirió aislarse en sí mismo.

Desde que te fuiste en 1951 hemos pasado tantas vivencias amargas, tanta impotencia... Me pregunto qué hubieras escrito. Seguramente hubieras encontrado la forma de sangrar tu descontento en líneas eternas. Líneas eternas que hubiésemos cantado con un nudo en la garganta y los puños apretados, vomitándolas desde el fondo de nuestro ser a viva voz y a los cuatro vientos.

Querido Discepolín, yo al igual que “Uno” busqué lleno de esperanzas mi camino y me sentí identificado con los fulanos de tus letras. Vos decías que el tango es un pensamiento triste que se baila. Yo pienso que es un pensamiento triste que algunos hemos vivido.

Te recuerda,

Un fiel admirador

domingo, 18 de abril de 2010

Devastación


Le costó abrir los ojos. Oyó ruidos, como un arrastrar de cosas, como un temblor extraño. Creyó estar inmerso en una pesadilla. No lograba tomar noción de la realidad. Respiraba con dificultad. Lo invadió un olor ácido y nauseabundo. Notó que le dolía el cuerpo. Trató de incorporarse, tal vez así podría despertar. Con desesperación logró sentarse y mirar alrededor. Todo era oscuridad salvo por algunos focos de fuego que podía ver a cierta distancia. Se preguntó qué había sido de su casa. Todo era destrucción.
Alzó la vista. Temió que las espesas nubes negras que permanecían sobre su cabeza cayeran sobre él y lo ahogaran. Se incorporó y notó sus ropas quemadas, algunas adheridas a su piel sangrante. No le importó. Caminó unos pasos y subió sobre algunos escombros para ver más a la distancia. Encontró pedazos de muebles que reconoció eran suyos en un revoltijo de peldaños de escalera, elementos de cocina, una canilla, un pedazo de inodoro, la tapa de la heladera.
Había perdido el control sobre su cuerpo que convulsionaba a pesar de los esfuerzos que hacía por controlarse. Se dejó caer de rodillas y comenzó a llorar hasta que su llanto se hizo un grito desgarrador que resonó a la distancia.
Entonces volvió a sentir ese movimiento que sacudía la tierra arrasada. Notó que se acercaba más y más. Para mitigar su desesperación comenzó a rezar, temblaba y estaba perdiendo la conciencia cuando se atrevió a levantar la cabeza y mirar hacia donde provenía el tronar que retumbaba en sus sienes. Su corazón en un latir enloquecido no lo resistió. Los ojos desmesuradamente abiertos reflejaron una imagen indescriptible.

viernes, 16 de abril de 2010

Inquietudes


Santi seguía jugando con sus bloques y de tanto en tanto miraba la pantalla del televisor y se concentraba por algunos minutos en las canciones que los animalitos bailaban con ritmo.
De pronto se levantó y miró por la ventana del pequeño departamento que compartía con su mamá y preguntó:
- Mamá ¿se golpeará el sol cuando cae? Yo creo que nó, porque va bajando muy despacito y seguro que se apoya suavecito y después se apaga ¿y es cuando se apaga que se hace de noche? Sabés ma, me parece que el sol debe ser un globo que lo inflan todas las noches y entonces se enciende y va subiendo despacito y hace la mañana. Después se va cayendo, cayendo hasta apagarse. Y de vuelta lo inflan y siempre igual ¿Y quién lo inflará? Deben ser unos gigantes porque es grande ¿y por qué no lo vemos ahí abajo donde se apaga? Cuando sea grande lo voy a seguir con mi nave espacial y entonces lo voy a encontrar. Si puedo mientras lo inflan lo voy a pintar de otro color, porque así amarillo y con el cielo azul, parece que es de Boca ¡Me dá una rabia cuando la seño me hace pintar el cielo de Boca ¿porqué no hay un cielo de River o de San Lorenzo?
Mamá ¿dónde duerme el sol cuando es de noche?
- Después te cuento Santi, mirá un poquito la tele mientras termino este trabajo.
- Debería tener una casita -dijo Santi pensativo.
- ¿Una casita ?
- Sí mami, para cuando es de noche, para cuando llueve y para invitar a sus amigos a jugar y no estar solo.

Andrea detuvo sus dedos sobre el teclado. Faltaba bastante para terminar con la traducción que le habían encargado. Recordó su infancia feliz, los juegos con sus hermanos, los fines de semana en la quinta.

- Vamos a jugar mientras te cuento lo del sol – dijo Andrea mientras apagaba la máquina.
- Ma ¿vos crees que se golpea el sol cuando cae ?
- No, Santi – Andrea rió con ganas mientras besaba la carita con expresión interrogante.

Fueron hasta la cocina tomados de la mano. Una rica taza de chocolatada sería una buena excusa para utilizar las galletitas como sistema solar.

miércoles, 14 de abril de 2010

Inocencia


El tragaluz de su habitación se encuentra a nivel de la vereda. En su inocencia desconoce que por no ser igual que sus hermanos lo han abandonado a su soledad. Los ojos miran a través del enrejado. Están cansados de ver zapatos. Algún que otro perro a veces lo olfatea y a él le gusta. Se siente contento de que reparen en su existencia. La gente que pasa no mira hacia abajo. Tal vez algún niño. Y él no tiene palabras, quizás algún balbuceo que brota de su garganta inútil.
A veces le llega el aroma de alguna flor y entonces sabe que es primavera.El aroma destiñe el olor a humedad. Pero luego un vaho pestilente lo envuelve, como las sombras. Danza la luz del sol con las ramas que agita el viento. Pero él no comprende de soles ni de lunas y estrellas.
Se acerca la paloma que él ha estado esperando. Saca algunas miguitas que guarda en los bolsillos y las pasa por el enrejado. La paloma come un poco y luego se aleja picoteando por la vereda.
Le llegan voces, palabras y risas que se le mezclan en un caleidoscopio que no entiende. Su mundo son las veredas rotas, la basura amontonada, esa grieta por donde surge un hilo de agua. Y él mira con asombro ese líquido que serpentea y se aleja. Sólo intenta una sonrisa nerviosa cuando la brisa le toca la cara. Es una caricia que añora.La cabeza se le balancea. Y permanece allí, con los ojos que miran sin ver, hasta que el cansancio lo vence y se duerme. Entonces Dios le regala un sueño donde vuela entre las copas de los árboles y juega con nubes de colores.