domingo, 23 de octubre de 2011

El Coleccionista


Miró a su alrededor. En la penumbra de la habitación, vio como los frascos que había reunido a través de los años abarrotaban la vieja estantería. En algunos, el polvo acumulado no permitía ver el contenido. Tomó el pequeño plumero. Con infinita paciencia fue repasando los frascos uno a uno. Allí estaban las bolitas de vidrio de colores, piedritas, caracoles, cucarachas, botones, algunas ranas en formol, libélulas despedazadas. A un costado, el álbum con las mariposas disecadas. Decidió entreabrir las persianas. Para su sorpresa, una mariposa revoloteaba por los rosales secos y volvía a posarse sobre el vidrio llamando su atención. Abrió apenas la ventana y con mano experta apresó las alas de la mariposa. Entre sus dedos le pareció una flor que debatía para recuperar la libertad. La miró con atención. El dibujo de las alas le revelaron dos ojos verdes. La emoción del recuerdo hizo que sus dedos se aflojaran y la mariposa huyó. Quedó unos minutos mirándola hasta que desapareció. Cerró la ventana y las persianas. La oscuridad invadió el lugar. Volvió a recordarla. Tomó las llaves del cajón y arrastrando los pies bajó cansinamente hasta el sótano. La puerta chilló al abrirla. El olor nauseabundo lo guió hasta el lugar. Las cadenas sostenían las muñecas huesudas. La desnudez era un revoltijo de carne y tendones. Vomitó. Salió y volvió a cerrar la puerta. Mientras subía las escaleras lamentó su vejez, las fuerzas perdidas, el deseo acallado. Abrió el cajón, dejó caer las llaves y lo cerró. Volvió a la estantería. Tuvo que estirarse para poder alcanzarlo. Esbozó una sonrisa. Allí estaba el frasco con la colección de ojos.