miércoles, 24 de noviembre de 2010

Recuerdos


De vez en cuando a uno le dan ganas de tocar el violín. Sube al desván, busca la caja, sopla el polvo. Allí está. Mi tesoro durmiendo sobre terciopelo rojo. Uno vuelve al ayer. A los ensayos. A los aplausos. A tus ojos verdes. Vuelve a tomar el violín. En sus brazos es como un niño que se duerme recostado en el hombro izquierdo. Pero entonces uno no puede. Mis manos tiemblan y vuelvo a dejarlo en la caja. Pero ahora la caja es un ataúd. El terciopelo rojo es sangre que cubre mis dedos, sube por mis brazos y se materializa en tus manos que te defienden y me ciñen el cuello. A uno le falta la respiración. Siente que se ahoga.
El reloj de péndulo marca las once campanadas. Suficiente para que uno vuelva a la realidad. Baja las escaleras hasta el último peldaño y allí se desploma. Entonces toma su cabeza encanecida entre las manos. Uno ya no quiere oir los aplausos, ni tu voz pidiendo perdón, ni los gritos, ni las sirenas.
Uno se levanta y arrastra los pies hacia la cocina. Abre la canilla para enjuagarse la sangre. Los caños se estremecen. Y oye los últimos sonidos que salieron de tu boca. Mi boca amada. Y la canilla se cierra. Y llora.

lunes, 22 de noviembre de 2010

Viajando a Retiro en tren


La ventanilla no cierra bien. Un vientito frío entra por la abertura. Despierta los sentidos. El andén queda vacío. Alguien corre pero llega tarde. La puteada inútil se lee en sus labios. El señalero agita la bandera verde. La calesita y la pista de los autitos vacías. El Correo. Los carteles "se alquila", "se vende". El tren que viene de Retiro saluda con su bocina. Es correspondida. Se oye la campanilla de la próxima barrera. La gente que espera. Los autos que esperan. Un niño saluda con su manito y sonríe. La sonrisa tiñe de colores la mañana gris y la rutina. La estación. Gente que sube. Rostros serios. Una mamá sube con su chiquito. Todos están distraídos o se hacen los dormidos. Una señora le ofrece el asiento. La mamá se sienta pero no agradece. Resignación. Se abre la puerta del vagón que golpea ruidosamente contra el asiento. Entra una ráfaga de frío junto con un vendedor ambulante. Comienza el desfile de ofertas. Como un eco monótono se escucha el parloteo del vendedor. Dice algo de hacer un obsequio salomónico. Los pasajeros sonríen disimuladamente. El vendedor insiste y se va alejando hasta pasar al próximo vagón. La puerta queda abierta. Otra ráfaga de viento helado. Próxima barrera. Una reunión de cartoneros en los terrenos del ferrocarril. Un barrendero espera pacientemente el paso del tren mientras acaricia el escobillón. Otra estación. Más gente que sube. Un grupo de estudiantes rompe la monotonía del vagón. Risas y gritos. El pasajero del impermeable y La Nación hace un gesto de disgusto. Nuevamente se abre la puerta que golpea contra el asiento. Ahora entra una niña ofreciendo stickers seguida por dos ex combatientes de Malvinas. Banderitas Argentinas se entregan luego de un breve discurso sobre la falta de respuesta del Estado para con los veteranos. Se dividen los interesados por los stickers y por los ex combatientes. Otra estación. Los depósitos y varios ramales de vías donde se adormecen algunos vagones sueltos. Del otro lado comienzan los terrenos tomados. Casitas precarias se van multiplicando a medida que nos acercamos a la terminal. Los arcos de Palermo. Los paseadores de perros charlando animadamente mientras los pichichos permanecen atados en los árboles. La facultad de derecho. El centro de exposiciones. Trenes de otros ramales. Nos igualan. Nos pasan. Vías que se entrecruzan. Vagones parados. Ya se visualiza la entrada a la terminal. Los más impacientes se van preparando para acercarse a las puertas. Se aminora la marcha. El tren ingresa a la terminal. Se detiene. Algunas puertas no abren. Gran decepción de los que se prepararon anticipadamente. Cientos de pies se encaminan hacia las salidas. Una fila para el control de los pasajes desespera a los impacientes. El enorme edificio central. Casi nadie aprecia su valiosa construcción. Muchos doblan a la izquierda. Bajan al subte. Algunos paran a comprar en los puestos alguna necesidad de último momento. Afuera el ruido y el olor de la gran ciudad. Llovizna. El viento hace imposible abrir los paraguas. Algún valiente no acostumbrado al cruce de ráfagas de la plaza se anima a protegerse de la llovizna y lucha por poner hacia abajo los tensores de su paraguas chino que insisten en quedar hacia arriba. El semáforo da luz verde. La marea humana cruza Av del Libertador y luego se dispersa.

lunes, 1 de noviembre de 2010

Apocalipsis


Yace desgastada
rendida
con la piel reseca
la savia fuente de ríos y manantiales
no tardará en agotarse
sin descanso la codicia
vacía sus senos
la frondosa cabellera verde alguna vez llena de vida
pronto será un recuerdo
aquí y allá surgen los blancos y grises de la muerte

no está lejos el día en que Cronos eleve su reloj de arena roto
entonces la parca dejará al descubierto sus huesos amarillos
y romperá su hoz

Será el final