miércoles, 31 de agosto de 2011

Imputada


Sos inocente. Pero sólo escuchás cómo te acusan. Vos sola no pudiste haberlo hecho. Cómo se les ocurre. Igual no va a pasar nada. Nunca pasa nada. Transcurre el tiempo y todo se diluye. Menos vos. Vos no quisiste. Vos no. Pero te culpan. Si no podés reaccionar por vos misma. No sos más que una parte de un dispositivo. Un dispositivo letal. Pero no, vos no quisiste. Qué será de vos. Luego será como siempre. Te sacarán del lugar donde estás alojada o te dejarán allí, en ese frío, en ese silencio. En la terrible quietud de ese cuerpo inerte.

El trámite


Mira el número del edificio y confirma que corresponde a la dirección que tiene anotada en el papel que lleva en la mano izquierda. En la derecha sostiene el maletín. Camina por el pasillo hasta el ascensor. Lo detiene el cartel de “No funciona”. Suspira y comienza a subir con esfuerzo escalón por escalón. Se para en el descanso para respirar y renovar fuerzas. Lamenta su sobrepeso y saca el pañuelo para secar la transpiración del rostro. Recién está en el primer piso y tiene que llegar hasta el tercero. Hace una mueca de resignación. Sigue subiendo. Hace otra parada en el descanso del segundo piso. Oye voces y pasos que lo alcanzan. Una joven pareja lo saluda y se le adelanta. Respira hondo y sigue subiendo. Se alegra al ver garabateado el número 3. Empuja la puerta y entra. Lo envuelve el murmullo de la gente. Mira buscando algún cartel que le indique el paso siguiente. Lo ve: “saque número”. Se acerca al mostrador y tira del dispenser : treinta y trés. Observa que hay una veintena de personas esperando. Busca con la mirada algún asiento en la última fila. Encuentra un lugar vacío en medio de la sala. Pide permiso y pasa tratando de no tropezar. El asiento es de plástico azul y no está en perfectas condiciones. Preferiría quedarse parado por temor a romperlo, pero está muy cansado después de haber subido los tres pisos.
Se sienta. Mira el cartel indicador de turnos: catorce. Hace una estimación del tiempo que tomará llegar hasta el treinta y trés. Cinco minutos por diecinueve: con suerte hora y media. Se resigna. Apoya el maletín en el suelo. Alza la cabeza. Su mirada se detiene en una esquina del cielo raso, una araña está tejiendo una delicada red que se balancea con la brisa que le llega del ventilador. Disimula una sonrisa pensando en que sería mejor si los empleados tuvieran los ocho brazos de la araña, así podrían procesar cuatro trámites a la vez. Oye el sonido del cambio de número en el indicador de turno: quince. Se siente adormecido. Los párpados le pesan. Cierra los ojos.
Despierta sobresaltado. Oye a la empleada repitiendo cada vez más alto, treinta y tres, treinta y tres, mientras en el indicador de turnos relampaguea su número. Se levanta. Con la voz entrecortada dice : aquí, aquí. Levanta la mano con el número. Toma el maletín, y nota que han quedado no más de dos o tres personas. Presenta el formulario a la empleada que se lo devuelve inmediatamente con un: quinto piso pero hoy ya no dan más números”.