sábado, 30 de julio de 2011

Desocupado

No sabes lo que se siente. Fue duro cuando en plena crisis me despidieron. Intenté volver a reinsertarme pero sin resultados. Estaba fuera de edad, fuera del sistema, fuera de mí. Pero no me animé a contárselo a ella. Ya teníamos demasiados problemas. Yo no podía bajar los brazos. No quería. Aceptaba cualquier changa. Era salir de casa con una sonrisa inventada y entrar en el disfraz de turno con una lágrima. Fui león, empanada, oso, superman. Me sentía avergonzado. Creía que alguien me iba a reconocer, hasta que una tarde me ví reflejado en una vidriera con mi disfraz de empanada.
Algunos años pasaron, engordé y envejecí. Ya no entro en los disfraces ni tengo ganas de saltar y bailar. Un amigo me ofreció compartir su trabajo de vendedor ambulante. Acepté sin saber de qué se trataba. Cuando abrió la caja con la mercadería que teníamos que vender no lo podía creer. Mi amigo insistió y ví de reojo como mi esposa intentaba esconder una sonrisa. Entonces acepté.
El primer día salí de la escalera mecánica del subte con la mochila sobre el hombro. Caminé dos cuadras por la calle Florida tanteando el ambiente. El ruido de la gente, los músicos callejeros, el murmullo amortiguado de “cambio, cambio”, “euro, dólar, real”, me convenció de que pasaría desapercibido entre la multitud. Me sentí confiado y me ubiqué cerca de una esquina entre un mantero y un kiosko de revistas.
Saqué de la mochila un ejemplar y con voz tímida comencé a balbucear “pato, pato, llegó el pato”. Ante la indiferencia general, tomé coraje y de a poco fui subiendo la voz a la vez que oprimía la garganta del pato y surgía un “cuac” estridente.
Estaba concentrado ofreciendo mi producto cuando sentí unos golpecitos en el hombro. Seguramente palidecí cuando al darme vuelta vía a la autoridad mirándome fijo. De pronto preguntó :
- qué vende - mi respuesta casi inaudible por supuesto fue:
- un pato - el oficial continuó
- A ver
Levanté mi mano derecha y ante la cara del oficial mostré el pato que profirió un lánguido “cuac”
- A cuánto lo vende – preguntó
- A veinte – contesté
- Y para un servidor público – preguntó
- A quince
- Hecho, déme uno – concluyó
Hicimos intercambio de pato por billetes y se fue silbando.
Todavía me temblaban las manos. Caminé un poco para calmarme mientras mi carcajada se mezclaba con “pato, pato, llegó el pato”.

sábado, 9 de julio de 2011

Pasional


El aire olía a cigarrillos y filtraba las luces mortecinas. Figuras difusas tras una neblina de humo bailaban un tango. El ritmo acompasado los transportaba. Eran movimiento. Un halo de sensualidad inundaba el ambiente.
El roce cálido de la piel, las manos juntas, los pies ágiles. Los suaves cabellos perfumados sobre la mejilla áspera. Susurros con sonrojos.
Amelia nunca se había sentido así, tan contenida, refugiada entre esos brazos vigorosos que le ceñían el talle con fuerza. Fantaseó creyéndose una ramita amparada por el vigor de un gran árbol.
Tomados de la mano salieron al jardín. Era noche de sortilegio. Luis comenzó a notar que sus tacos se trababan e imaginó una imperfección del piso. La abrazó envolviéndola con todo su cuerpo mientras su respiración entrecortada se convertía en un murmullo, como crujido de hojas secas.
Amelia sintió los labios ardientes pegados a los suyos. Un beso apasionado concluyó el conjuro. Ambos se sorprendieron ante el nuevo roce de sus pieles. Les pareció que estaban echando raíces. Un cosquilleo en la sangre les subió desde los pies. Una rara sensación les llegaba más allá del césped y de la tierra.
Amelia pasó las manos por detrás del cuello de Luis. Cerró los ojos. Una suave brisa los balanceaba.
Abrazados bajo la luna llena, permanecen unidos en un beso eterno.