miércoles, 28 de diciembre de 2011

Ideas


Le ocurrió cierto día. Mientras se peinaba notó una protuberancia en el cuero cabelludo. Separó los cabellos y vio como le nacía una idea. Era linda. Se le deslizó por la camisa, el pantalón y anduvo dando vueltas por todos lados hasta que se acurrucó y se quedó dormida.
Cuando esa misma mañana Raúl llegó a la oficina, contó que tenía una idea. Lo miraron asombrados, lo felicitaron y lo siguieron mirando de reojo mientras se disponía a archivar los legajos apilados.
Durante los próximos días fueron muchas las ideas que le nacieron. Algunas buenas, otras viajaban a la luna, cinco eran azules, dos redondas, pero las que más le gustaban eran las que tenían sabor a pimienta. Su pequeño departamento había tomado vida. Raúl se sentía feliz, hasta había pensado en comprarse un traje de color claro, pero aún no sabía qué hacer con tantas ideas que continuamente salían de su cabeza.
Preocupado, lo comentó con el único compañero con el que intercambiaba una que otra palabra. De respuesta obtuvo como consejo que eligiera aquellas ideas más fáciles de realizar y las procesara. Raúl no entendió bien, pero no se atrevió a preguntar.
Al abrir la puerta de su departamento, tantas ideas lo confundieron de tal forma que estaba completamente mareado. Supuso que se habían procreado entre ellas porque además de haberse multiplicado, se habían transformado en cuadriculadamente rojas, divertidamente elásticas, aburridamente pegajosas o brillantemente simpáticas.
Aturdido, trató de recordar la palabra que le había sugerido su compañero. De pronto “procesarlas” vino a su mente. Como no tenía procesador, tomó la vieja licuadora. Vertió todas las ideas, puso la tapa y presionó el tercer botón. Risas, gritos, llantos, insultos salieron del artefacto hasta que devino el silencio. Apagó y desconectó la licuadora. Un líquido tornasolado ocupaba el interior. Sacó la tapa y volcó el contenido en un vaso. Un fuerte golpe en el departamento vecino lo sobresaltó. Reaccionó con un movimiento torpe y no pudo evitar que el vaso se cayera. El vidrio se partió en cientos de astillas. Ante su mirada incrédula, el líquido se escurrió mansamente buscando la rejilla. Estaba irremediablemente perdido.
Se sintió raro, vacío, solo. No quiso cenar y se tiró a dormir. Por la mañana se peinó reiteradamente frente al espejo separando por mechones los cabellos. No había nada. Se puso el saco gris, suspiró, salió cabizbajo y cerró la puerta.

jueves, 17 de noviembre de 2011

Ruptura


Damián fue quien dijo las últimas palabras. La flecha de Cupido cayó sobre la copa destrozándola en mil pedazos. Se incrustaron en el corazón de Laura. Una lágrima de sangre corrió por sus mejillas. Se oyó un lamento cuando la gota roja cayó dentro de la taza de café.
Laura tomó su pequeño bolso, se levantó y salió del bar sin decir palabra. Damián permaneció inmóvil. Se preguntó si había hecho lo correcto. De pronto comprendió que había sido un error, que la amaba.
Tiró unos billetes sobre la mesa y salió. No pudo verla. Entre la multitud que colmaba las calles trató de abrirse paso. Comenzó a correr. Golpeó contra una columna de alumbrado con el brazo izquierdo, que quedó desde el hombro hasta la mano con la palma hacia arriba sobre la vereda. En la distancia vislumbró el cabello de Laura. En su alocada carrera no vio el hoyo donde quedó su pierna derecha. Saltaba aún cuando al tropezar con una baldosa perdió la pierna izquierda. Al caer también dejó en el suelo el brazo que le quedaba .
Reptaba desesperado tratando de alcanzarla cuando sintió que una bota le pisaba el cuello y desprendía su cabeza del torso. Pensó que había tenido suerte. Estaba más liviano y la cabeza rodaba con más velocidad en el declive de la calle. Sólo advirtió el respiradero del subte cuando su nariz quedó enganchada. Un ojo salió de la órbita y continuó bajando por la pendiente. Calculó que a la velocidad que llevaba la alcanzaría y hasta podría adelantársele. Tal como lo previó el ojo se le adelantó justo cuando ella bajaba el pie.
Laura oyó un sonido opaco al tiempo de tener la sensación de estar aplastando algo. Se acercó al cordón de la vereda y pasó varias veces el zapato por el borde para desprender lo que había pisado. Y siguió su camino.

domingo, 23 de octubre de 2011

El Coleccionista


Miró a su alrededor. En la penumbra de la habitación, vio como los frascos que había reunido a través de los años abarrotaban la vieja estantería. En algunos, el polvo acumulado no permitía ver el contenido. Tomó el pequeño plumero. Con infinita paciencia fue repasando los frascos uno a uno. Allí estaban las bolitas de vidrio de colores, piedritas, caracoles, cucarachas, botones, algunas ranas en formol, libélulas despedazadas. A un costado, el álbum con las mariposas disecadas. Decidió entreabrir las persianas. Para su sorpresa, una mariposa revoloteaba por los rosales secos y volvía a posarse sobre el vidrio llamando su atención. Abrió apenas la ventana y con mano experta apresó las alas de la mariposa. Entre sus dedos le pareció una flor que debatía para recuperar la libertad. La miró con atención. El dibujo de las alas le revelaron dos ojos verdes. La emoción del recuerdo hizo que sus dedos se aflojaran y la mariposa huyó. Quedó unos minutos mirándola hasta que desapareció. Cerró la ventana y las persianas. La oscuridad invadió el lugar. Volvió a recordarla. Tomó las llaves del cajón y arrastrando los pies bajó cansinamente hasta el sótano. La puerta chilló al abrirla. El olor nauseabundo lo guió hasta el lugar. Las cadenas sostenían las muñecas huesudas. La desnudez era un revoltijo de carne y tendones. Vomitó. Salió y volvió a cerrar la puerta. Mientras subía las escaleras lamentó su vejez, las fuerzas perdidas, el deseo acallado. Abrió el cajón, dejó caer las llaves y lo cerró. Volvió a la estantería. Tuvo que estirarse para poder alcanzarlo. Esbozó una sonrisa. Allí estaba el frasco con la colección de ojos.

miércoles, 31 de agosto de 2011

Imputada


Sos inocente. Pero sólo escuchás cómo te acusan. Vos sola no pudiste haberlo hecho. Cómo se les ocurre. Igual no va a pasar nada. Nunca pasa nada. Transcurre el tiempo y todo se diluye. Menos vos. Vos no quisiste. Vos no. Pero te culpan. Si no podés reaccionar por vos misma. No sos más que una parte de un dispositivo. Un dispositivo letal. Pero no, vos no quisiste. Qué será de vos. Luego será como siempre. Te sacarán del lugar donde estás alojada o te dejarán allí, en ese frío, en ese silencio. En la terrible quietud de ese cuerpo inerte.

El trámite


Mira el número del edificio y confirma que corresponde a la dirección que tiene anotada en el papel que lleva en la mano izquierda. En la derecha sostiene el maletín. Camina por el pasillo hasta el ascensor. Lo detiene el cartel de “No funciona”. Suspira y comienza a subir con esfuerzo escalón por escalón. Se para en el descanso para respirar y renovar fuerzas. Lamenta su sobrepeso y saca el pañuelo para secar la transpiración del rostro. Recién está en el primer piso y tiene que llegar hasta el tercero. Hace una mueca de resignación. Sigue subiendo. Hace otra parada en el descanso del segundo piso. Oye voces y pasos que lo alcanzan. Una joven pareja lo saluda y se le adelanta. Respira hondo y sigue subiendo. Se alegra al ver garabateado el número 3. Empuja la puerta y entra. Lo envuelve el murmullo de la gente. Mira buscando algún cartel que le indique el paso siguiente. Lo ve: “saque número”. Se acerca al mostrador y tira del dispenser : treinta y trés. Observa que hay una veintena de personas esperando. Busca con la mirada algún asiento en la última fila. Encuentra un lugar vacío en medio de la sala. Pide permiso y pasa tratando de no tropezar. El asiento es de plástico azul y no está en perfectas condiciones. Preferiría quedarse parado por temor a romperlo, pero está muy cansado después de haber subido los tres pisos.
Se sienta. Mira el cartel indicador de turnos: catorce. Hace una estimación del tiempo que tomará llegar hasta el treinta y trés. Cinco minutos por diecinueve: con suerte hora y media. Se resigna. Apoya el maletín en el suelo. Alza la cabeza. Su mirada se detiene en una esquina del cielo raso, una araña está tejiendo una delicada red que se balancea con la brisa que le llega del ventilador. Disimula una sonrisa pensando en que sería mejor si los empleados tuvieran los ocho brazos de la araña, así podrían procesar cuatro trámites a la vez. Oye el sonido del cambio de número en el indicador de turno: quince. Se siente adormecido. Los párpados le pesan. Cierra los ojos.
Despierta sobresaltado. Oye a la empleada repitiendo cada vez más alto, treinta y tres, treinta y tres, mientras en el indicador de turnos relampaguea su número. Se levanta. Con la voz entrecortada dice : aquí, aquí. Levanta la mano con el número. Toma el maletín, y nota que han quedado no más de dos o tres personas. Presenta el formulario a la empleada que se lo devuelve inmediatamente con un: quinto piso pero hoy ya no dan más números”.

sábado, 30 de julio de 2011

Desocupado

No sabes lo que se siente. Fue duro cuando en plena crisis me despidieron. Intenté volver a reinsertarme pero sin resultados. Estaba fuera de edad, fuera del sistema, fuera de mí. Pero no me animé a contárselo a ella. Ya teníamos demasiados problemas. Yo no podía bajar los brazos. No quería. Aceptaba cualquier changa. Era salir de casa con una sonrisa inventada y entrar en el disfraz de turno con una lágrima. Fui león, empanada, oso, superman. Me sentía avergonzado. Creía que alguien me iba a reconocer, hasta que una tarde me ví reflejado en una vidriera con mi disfraz de empanada.
Algunos años pasaron, engordé y envejecí. Ya no entro en los disfraces ni tengo ganas de saltar y bailar. Un amigo me ofreció compartir su trabajo de vendedor ambulante. Acepté sin saber de qué se trataba. Cuando abrió la caja con la mercadería que teníamos que vender no lo podía creer. Mi amigo insistió y ví de reojo como mi esposa intentaba esconder una sonrisa. Entonces acepté.
El primer día salí de la escalera mecánica del subte con la mochila sobre el hombro. Caminé dos cuadras por la calle Florida tanteando el ambiente. El ruido de la gente, los músicos callejeros, el murmullo amortiguado de “cambio, cambio”, “euro, dólar, real”, me convenció de que pasaría desapercibido entre la multitud. Me sentí confiado y me ubiqué cerca de una esquina entre un mantero y un kiosko de revistas.
Saqué de la mochila un ejemplar y con voz tímida comencé a balbucear “pato, pato, llegó el pato”. Ante la indiferencia general, tomé coraje y de a poco fui subiendo la voz a la vez que oprimía la garganta del pato y surgía un “cuac” estridente.
Estaba concentrado ofreciendo mi producto cuando sentí unos golpecitos en el hombro. Seguramente palidecí cuando al darme vuelta vía a la autoridad mirándome fijo. De pronto preguntó :
- qué vende - mi respuesta casi inaudible por supuesto fue:
- un pato - el oficial continuó
- A ver
Levanté mi mano derecha y ante la cara del oficial mostré el pato que profirió un lánguido “cuac”
- A cuánto lo vende – preguntó
- A veinte – contesté
- Y para un servidor público – preguntó
- A quince
- Hecho, déme uno – concluyó
Hicimos intercambio de pato por billetes y se fue silbando.
Todavía me temblaban las manos. Caminé un poco para calmarme mientras mi carcajada se mezclaba con “pato, pato, llegó el pato”.

sábado, 9 de julio de 2011

Pasional


El aire olía a cigarrillos y filtraba las luces mortecinas. Figuras difusas tras una neblina de humo bailaban un tango. El ritmo acompasado los transportaba. Eran movimiento. Un halo de sensualidad inundaba el ambiente.
El roce cálido de la piel, las manos juntas, los pies ágiles. Los suaves cabellos perfumados sobre la mejilla áspera. Susurros con sonrojos.
Amelia nunca se había sentido así, tan contenida, refugiada entre esos brazos vigorosos que le ceñían el talle con fuerza. Fantaseó creyéndose una ramita amparada por el vigor de un gran árbol.
Tomados de la mano salieron al jardín. Era noche de sortilegio. Luis comenzó a notar que sus tacos se trababan e imaginó una imperfección del piso. La abrazó envolviéndola con todo su cuerpo mientras su respiración entrecortada se convertía en un murmullo, como crujido de hojas secas.
Amelia sintió los labios ardientes pegados a los suyos. Un beso apasionado concluyó el conjuro. Ambos se sorprendieron ante el nuevo roce de sus pieles. Les pareció que estaban echando raíces. Un cosquilleo en la sangre les subió desde los pies. Una rara sensación les llegaba más allá del césped y de la tierra.
Amelia pasó las manos por detrás del cuello de Luis. Cerró los ojos. Una suave brisa los balanceaba.
Abrazados bajo la luna llena, permanecen unidos en un beso eterno.

domingo, 29 de mayo de 2011

La puerta


Para nadie sería fácil convivir con una puerta bromista en la habitación. Durante mi infancia, al pasar a través de ella, entraba a un escenario en medio de la obra, o me presentaba en camisón y medias en un casamiento. Al principio sentía mucha vergüenza, pero luego aprendí a tomarlo con humor. Saludaba con una sonrisa a los presentes que me miraban boquiabiertos, y sin soltar el picaporte, daba la vuelta y volvía a la habitación.
Claro que no siempre fue gracioso. Una vez quise ir al baño y aparecí en la jaula de los leones, y otro día en un granero con una vaca. Cierta mañana al salir me hallé en una hermosa noche estrellada. La luna y las constelaciones brillaban de tal modo que parecían estar al alcance de mi mano.
Otro día abrí la puerta y si no me hubiese agarrado fuerte del picaporte, hubiera caído sobre un colchón de nubes. Me quedé pensando que hubiese sido lindo, como saltar en una cama elástica. Pero tuve miedo.
Pasaron los años y la puerta ya no tiene ganas de jugar. Cada vez que la abro no guarda sorpresas. De todos modos, mi corazón salta dentro del pecho. Tal vez algún día, al abrirla encuentre a alguien que me ayude a soltar el picaporte.

lunes, 16 de mayo de 2011

Besos brujos


Cuentan que la leyenda nació allá por el novecientos. En la imprecisa frontera entre la ciudad y las quintas, donde convivían los caserones con sucesión de patios, los conventillos y los burdeles.
Allí se mezclaba la gente recién llegada del campo con los inmigrantes que acababan de bajar de los barcos. Fue donde nació el arrabal con sus malevos, la guitarra y el cuchillo.
La llamaban Malena, gringa rubia y de gran temperamento, milonguera y fiel a su hombre. Tenía un puesto de venta de frutas en la Calle de la Feria.
Cuando Julián se cruzó en su camino, Malena supo que sería el verdadero amor. Fueron felices hasta que una noche cálida de enero, llegó al conventillo el eterno guapo, rápido con la daga, siempre buscando una muerte. La partida de truco fue la excusa. Julián tiñó con su sangre los ladrillos del patio. Antes de morir susurró en el oído de Malena : “Volveré para besarte”, y posó suavemente los labios en los de su amada.
La tristeza abatió a Malena y murió poco tiempo después.
Desde entonces, el espíritu de Malena permanece a la espera de su Julián. Allí mismo, donde estaba el puesto de frutas, aunque al pasar los años, la calle de la Feria se convirtió en el pasaje Bollini.
Se dice que aún hoy, cuando algún hombre pasa solo en una noche cualquiera de enero, lo envuelve una suave brisa y siente en sus labios un beso dulce y fragante. Lo que muchos no saben es que de alguna manera, ese beso será el último que recibirán en su vida.
Malena busca los labios de Julián. Al no encontrarlos, castiga con el conjuro a quien la decepciona. Comentan los que saben, que el embrujo se anula arrojando al piso claveles rojos. A Malena le hace recordar la sangre derramada por Julián, y el hechizo se desvanece con su llanto.

lunes, 2 de mayo de 2011

Estrellitas


Cada día cuando el rey sol bajaba su lámpara dorada, la reina de la noche encendía su blanco farol y descendía hasta el último peldaño de la escalera. La seguían todas sus hijas que con sus pequeños farolitos se ubicaban detrás de la reina. Era entonces cuando la inmensa oscuridad del cielo se poblaba de estrellas que rodeaban la luna.
Desde la bóveda azul las estrellitas añoraban bajar a la Tierra para corretear por los bosques, jugar con la espuma de las olas, resbalar por las laderas nevadas de los cerros.
Cierta noche la luna se sintió cansada y decidió no asomarse a las escalinatas. Fue entonces cuando las estrellitas decidieron bajar, desobedeciendo la orden de sus padres.
Esa noche, la Tierra se iluminó con el destello de miles de luces que bailaban felices entre la hierba, en los cauces de los ríos, en los picos de los montes. Tanta fue la alegría que olvidaron el paso de las horas hasta que oyeron el canto de los gallos. Desesperadas, muchas de ellas subieron rápidamente, mientras otras se escondieron en grietas, pozos y cuevas, antes que despuntara el sol.
A la noche siguiente, la luna notó que había extensas superficies sin estrellas. Castigó a las desobedientes prohibiéndoles volver a los prados azules y convirtiéndolas en blancas flores. Desde entonces muchas de ellas alzan sus corolas al cielo por las noches. Extrañan a sus hermanitas que con esfuerzo tratan de ubicarlas desde las alturas.

Fantasmas


Clavan sus garras
los viejos fantasmas
pero no puede huir
una cárcel de músculos y tendones
la condena
atraída por el vórtice
cae
en un vacío
profundo
oscuro
arrastra el alma
salva sueños
se deja vencer
destrozada
por las espinas
marioneta que sonríe
con un decorado
que cada día pinta
con flores y mariposas
de colores alegres
como en un atardecer dorado
una noche estrellada
la lluvia lo borra
sólo queda el vacío
profundo
oscuro
y se deja
caer

domingo, 27 de marzo de 2011

Inconsolable


Estoy cansada
Vieja y cansada
Ya pasaron tántos años
Tántos años preguntándome
Dónde estás
Dónde está la semilla que alimentabas en tu vientre
Es inconsolable la duda
El no saber
Estoy cansada y vieja
De tanto rodear la plaza
El pelo se volvió blanco
Los ojos secos
Presiento que mi tiempo se acaba
pero no descansaré en paz
Si nuestras almas se llegaran a reunir
No me cuentes nada
No lo podría soportar
Tan sólo abrázame y lloremos juntas

Olvidar


Olvidar la cabeza en el perchero
Olvidar mi pie en un escalón
Olvidar el reflejo de mis ojos
en los tuyos
cuántos días y horas no recuerdo
Enloquezco si me olvido del olvido
sin saber qué voy buscando
ni quien soy
Por mi ventana un grito de congoja se ha escapado
un pájaro carmesí
lo llevó a las nubes negras que olvidaron la tormenta
para que derramen a torrentes la tristeza por tu adiós
Es la lluvia la que empaña mi mirada
mi deseo es olvidarte
y olvidar
si algún día la razón se desprende del olvido
será que un corazón vuelve a latir
entonces tomaré mi cabeza del perchero
buscaré el pie en el escalón
y podré salir.

sábado, 26 de febrero de 2011

Diálogo basado en "La Intrusa" de J.L.Borges


Julián ingresa a un almacén de Turdera. Pide una caña y se apoya en el mostrador. Mira a su alrededor inquisitivamente. Descubre en una mesa a un párroco bebiendo de un jarrito de lata. Se acerca. Saluda y pide permiso para compartir la mesa.
Julián – Buen día Padre, puedo acompañarlo y hacerle algunas preguntas
Padre Ignacio – Buen día hijo, por supuesto. Por aquí no llegan muchos forasteros con quien uno pueda conversar. Adelante, siéntese.
Julián – Padre, estoy de paso y el nombre Turdera, me recuerda un hecho que me fue referido hace años por un aparcero en los pagos de Morón. Desde entonces quedé tan impresionado con el relato que quisiera aprovechar la oportunidad de mi paso por este lugar para cerciorarme de su veracidad. Se trataba de dos hermanos y se dice que el menor contó la historia ante el féretro del mayor como prueba del lazo afectivo que los unía.
Padre Ignacio – Hijo, debes referirte a los hermanos Nilsen. Si, pasó hace tiempo y fue un hecho abominable y horroroso. Pero quien está a salvo de las tentaciones y debilidades del alma. Mi predecesor los conoció. Llevaban en sus venas una mezcla de sangres . Tenían buena altura y cabellos rojizos. Y también las malas conductas de esos criollos formados en la barbarie de las profesiones duras y generalmente sin ley. Se dice que fueron troperos, cuarteadores, cuatreros, tahúres. Sin embargo, mi predecesor recordaba con asombro haber visto en la casa de esa gente una Biblia de tapas negras. La casa ya no existe, era de ladrillo sin revocar, los pocos que entraron, porque no era gente de recibir, contaba que desde el zaguán se veían dos patios, uno de baldosas coloradas y otro de tierra. Se dice que eran dueños de una carreta y una yunta de bueyes. Por todo lujo tenían el caballo, el apero, la daga de hoja corta y el atuendo ostentoso de los sábados. Tenían fama de avaros, salvo cuando la bebida y el juego los volvían generosos.
Julián – ¿Y lo que se cuenta de la mujer padre?
Padre Ignacio – Hijo, temo que fue verdad aunque nunca comprobado.
Cipriano el pulpero – Aquí está su caña. Perdón pero estuve parando la oreja y con su permiso quisiera agregar lo que mi padre contaba. Todavía por aquí se recuerda a los colorados y de cómo eran de ponerle el pie adelante a uno ante cualquier afrenta. El barrio los temía. Peleaban hombro a hombro. Malquistarse con uno era contar con dos enemigos de tan unidos que eran. Pero dicen que cuando el mayor llevó la prenda al caserón, las cosas rumbearon para otro lado. Tenían sangre de pato esos criollos. Aunque eran calaveras, hasta que apareció la moza sólo tenían amoríos de zaguán o casa mala.
Padre Ignacio – La moza, que si mal no recuerdo se llamaba Juliana, al principio parecía no representar gran cosa para el hermano mayor, que fue quien se la trajo, entre otras cosas en calidad de sirvienta, pero con el pasar del tiempo él se fue aquerenciando. Se dice que la lucía en las fiestas aunque la adornaba con baratijas igual que a su caballo.
Cipriano – Disculpen, me voy a sentar. Se cuenta que no era mal parecida. Pero formar una familia domestica y los hermanos que habían compartido los peligros del malevaje, se aferraban uno al otro y no querían intrusos.
Julián – Pero escuché de otra mujer en la casa.
Cipriano – Si, una chinita que Eduardo, el menor había levantado en el camino, pero al poco tiempo la echó. Y entonces empezó a andar como bola sin manija y la cosa se puso peluda. Se achispaba solo en el almacén y no se daba con nadie. El barrio se dio cuenta antes que él de que se había aquerenciao con la Juliana, y esperaban con malicia que los hermanos se encocoraran. Pero no fue así. Una noche que Eduardo volvía del almacén, Christian le ofreció a la Juliana como si fuese una cosa.
Padre Ignacio - El sentimiento de amor no era para ellos, compadritos duros, hombres hechos para la puñalada y el trucaje ¿ cómo podían aceptar que habían caído en la debilidad del amor ? Se habrán sentido humillados , atraídos ambos por aquella mujer a quien trataban como una cosa, objeto de placer y pertenencia, y habrán presentido que esa mujer se convertiría en la intrusa que los separaría.
Cipriano – Fue entonces cuando rumiaron el asunto y se sacaron el lazo. La llevaron a Morón y allí la vendieron a un prostíbulo y se repartieron la plata de la venta. Pero fue al cohete porque los dos la siguieron frecuentando. Así que volvieron a comprarla por unas monedas y la llevaron de nuevo al viejo caserón.
Padre Ignacio - La solución había fallado, los hermanos por primera vez se habían trampeado. La presencia de Juliana ponía en peligro el sentimiento de hermanos.
Cipriano – Cualquier tema era para discusión entre ellos, sobre todo porque dicen que Juliana mostraba preferencia por Eduardo, el menor. Hasta que un fin de marzo, la Juliana desapareció y luego los hermanos vendieron la casa y dejaron el pueblo.
Julián – Según lo que había contado el hermano menor esa noche en Morón, el mayor esperó a que Eduardo llegara del almacén. Mientras uncía los bueyes, Christian le pidió que lo acompañara a dejar unos cueros. Cuando orillaron un pajonal, Cristian confesó que la había matado. Y la tiraron nomás en el monte, a campo abierto para que se la comieran los caranchos.
Padre Ignacio – De haber sido así, sabrá Dios dónde fueron a parar esos pobres huesos. De un cadáver arrojado a merced de los caranchos, las alimañas y la ruda intemperie, no habrá quedado nada en poco tiempo. Pienso qué atrocidades habrán vivido los hermanos en sus primeros años para llegar a ese extremo. Tal vez la Biblia de tapas negras haya sido lo único que lograron salvar de algún ataque de la indiada. Habrán sobrevivido tal vez, por el gran amor que sentía uno por el otro ya que ambos dependían mutuamente de la confianza y la armonía de sus sentimientos. Al eliminar a la intrusa, los ataría otro vínculo, el de la mujer tristemente sacrificada para la salvación de ellos mismos y la obligación de olvidarla.
Julián – Pero ¿la habrán podido olvidar?
Padre Ignacio - ¿cómo poder penetrar en dos almas corroídas ? ¿cómo saber si el remordimiento cabía en la conciencia de esos hombres? Quede el recuerdo de esos lamentables hechos como muestra de aquellos tiempos bravos: cuando la pampa se extendía interminable, salvaje; cuando las dagas predominaban la ley y todavía en el viento parecía aullar el grito del malón.
Julián – Triste historia. Bueno, muchas gracias a los dos. Seguiré mi camino
Padre Ignacio –¡ que no es poca cosa ! ¡ Ve con Dios hijo!
Julián a Cipriano - ¿cuánto es por la caña ?
Cipriano –¡ Faltaba más ! La casa invita.
Julián – Nuevamente gracias y tengan buenos días. – se levanta, les dá la mano y sale del almacén.
Cipriano – Padre, qué tal una cañita para levantar el ánimo, después de la polvareda que levantó el forastero.
Padre Ignacio – ¡ Acepto complacido ! Mira que terminar en Morón, de donde seguramente la trajeron, la vendieron, la volvieron a traer …Destino de guacha, sometida a los designios de esos tiempos. Aunque tal vez, de alguna forma se debió sentir correspondida por el hermano menor, y llegó a sentir aunque más no fuera alguna lucecita de amor, unas pobres migajas en su triste vida.
Cipriano se levanta, va hasta el mostrador y vuelve con una botella y dos vasos.
Cipriano – Aquí están las cañas.- Sirve en los vasos- ¡ Salud Padre !
Padre Ignacio - ¡ Salud Cipriano !