lunes, 2 de mayo de 2011

Estrellitas


Cada día cuando el rey sol bajaba su lámpara dorada, la reina de la noche encendía su blanco farol y descendía hasta el último peldaño de la escalera. La seguían todas sus hijas que con sus pequeños farolitos se ubicaban detrás de la reina. Era entonces cuando la inmensa oscuridad del cielo se poblaba de estrellas que rodeaban la luna.
Desde la bóveda azul las estrellitas añoraban bajar a la Tierra para corretear por los bosques, jugar con la espuma de las olas, resbalar por las laderas nevadas de los cerros.
Cierta noche la luna se sintió cansada y decidió no asomarse a las escalinatas. Fue entonces cuando las estrellitas decidieron bajar, desobedeciendo la orden de sus padres.
Esa noche, la Tierra se iluminó con el destello de miles de luces que bailaban felices entre la hierba, en los cauces de los ríos, en los picos de los montes. Tanta fue la alegría que olvidaron el paso de las horas hasta que oyeron el canto de los gallos. Desesperadas, muchas de ellas subieron rápidamente, mientras otras se escondieron en grietas, pozos y cuevas, antes que despuntara el sol.
A la noche siguiente, la luna notó que había extensas superficies sin estrellas. Castigó a las desobedientes prohibiéndoles volver a los prados azules y convirtiéndolas en blancas flores. Desde entonces muchas de ellas alzan sus corolas al cielo por las noches. Extrañan a sus hermanitas que con esfuerzo tratan de ubicarlas desde las alturas.

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