sábado, 15 de mayo de 2010

Guerra



El paisaje es agreste. El suelo arena. El entorno inhóspito. Hay cientos de pies descalzos y ojos desafiantes.
Se oyen ecos de metralla. En algún lugar, cualquier hombre o mujer, quizás un niño vengará tanta sangre derramada sobre la arena ardiente.
El soldado guía el vehículo entre la gente que parece ignorarlo. Ríe y conversa con sus compañeros mientras ellos observan minuciosamente los alrededores. Las armas están preparadas y listas para responder el ataque.
Una multitud entorpece el camino. Dan la voz de alerta. Ordenan acelerar. La gente se corre abruptamente. Queda un niño en medio de la calle. El conductor no mira y acelera. Sienten el golpe. Los compañeros le dicen que siga, que debió ser un perro. Le pasan un cigarrillo encendido y un trago de alcohol. La mente lo niega, pero las lágrimas humedecen el rostro del conductor y el corazón le salta enloquecido.
El camión sigue su recorrido.
Un sol rojo preanuncia el anochecer.
Atrás quedó un pequeño cuerpo inerte y un llanto de mujer embarazada.

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