Te veo
sumergido en la penumbra. Invisible detrás de la indiferencia de la gente. Y
vos, impasible a las risas, a las voces,
al ir y venir, al ruido de los platos y los vasos, a la máquina de café. Parado
ahí, bajo la tenue luz del foco, frente a todos, frente a nadie, frente a la
nada. Solitario, viviendo gota a gota las letras que desgranás como lágrimas
que van cayendo a tus pies.
Otra
noche como tantas, refugiándote en la música que casi nadie escucha. De vez en
cuando un lánguido aplauso te sorprende. Y agradecés con un leve movimiento de
cabeza.El repertorio se repite como un carrusel de vivos colores en tu vida
gris. Y le cantás al amor que te defraudó, a la mujer que sé que no tenés, a la
ternura que te fue esquiva.
Desde un
rincón sombrío te observo. No me ves. No sabés de mi presencia. Pero acá estoy
todas las noches que anuncian tu presentación. Oigo tu voz dulce, cálida, que
llega como un bálsamo que intenta en vano cubrir las heridas. Acaso pensás que
tu soledad es única. En esta cárcel de
cemento a nadie le importamos. No somos lindos, ni jóvenes, ni afortunados. Tal
vez, no sé, algún día me anime a salir del rincón para pedirte que me dediques
una canción. Alguna que hable de esperanza, de compartir un camino, de no
resignarse a dejar de soñar un futuro. Entonces podré contarte que te conozco,
y quizás me reconozcas detrás de mis canas y mis arrugas.
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